sábado, 14 de marzo de 2009

T'acrochais toujous un sourire à mes chagrins


Toi, mon vieux copain. Más de veinte años sin volver a oir de Francis Lalanne ¡qué altos son los Pirineos!, y hoy me he reencontrado con él. Y con Isabelle Frezouls, que me lo puso en la oreja y en el corazón durante las largas noches que compartimos en una residencia de monjas de Barcelona donde se cruzaron nuestros caminos recién salidas de la adolescencia. He vuelto a buscar la única fotografía que conservo de ella, con sus tetas al sol en una hamaca de Sitges y su mirada azul bajo el sombrero de paja. Isabelle adoraba a Lalanne. Nadie jamás volvió a hablarme de él...hasta hoy. Este artista polifacético y compromotido, cantautor, actor y director de cine, poeta, novelista, político ecologista y defensor de todos los parias de la tierra, ha vuelto a entrar en mi vida por la puerta grande.

Es la personificación del multiculturalismo. Nacido en el País Vasco francés, su familia procede del Líbano y de Urugay, donde residió parte de su vida hasta asentarse en Marsella y luego en París. Jamás pensé que hablara tan bien el castellano con acento sudamericano y me sorprende su invisibilidad en el mercado musical español.




Lalanne se considera ciudadano del mundo y muestra abiertamente su militancia global. Uno de sus últimos éxitos ha sido la canción "Des casques bleus pour le Darfour" donde denuncia esa cruenta guerra civil y ha fundado la asociación Apassassa (en lengua swahili). Sus incursiones en el mundo de la política han sido en las elecciones legislativas de 2007, por la circunscripción de Bas-Rhin, con el partido Mouvement Écologiste Indépendant, aunque apenas consiguieron un 3% de votos.

¡Qué lejos veo ahora esa imagen adolescente del Lalanne de "Toi mon vieux copain", una carta-canción a un compañero del instituto. Ahora sus intereses musicales van parejos al rapero Mahooni con el que interpreta la canción Il faut y croire.

Lástima que la música anglosajona eclipse la cultura europea.

Podeis oirle en:


viernes, 13 de marzo de 2009

Lo que el New York Times no quería que viéramos

¿Podéis imaginar ilustraciones tan “blasfemas,” tan “políticamente embarazosas,” tan sexualmente “atrevidas” que el New York Times pagara gustosamente una fortuna sólo para proteger vuestros delicados ojos de ser expuestos a ellas?

Kissinger ensañando todas las miserias que sus acciones le han tatuado en la piel. Carne de talego para cualquier TPI que mereciera su nombre.

Esta ilustración de un artículo sobre estética fue rechazada por desnudez inaceptable. Y el Louvre es un lupanar de postín...

Censurado: Si G.W. Bush lo suda, es posible que también la cague ¡y de qué manera!. (observen el parecido con Felipe de Borbón)




El termómetro de Cathy Hall de 1996 debía ilustrar las brutales fluctuaciones en el tiempo (es decir, muestra más de 90 grados F [32º C], pero está rodeado de nieve). Fue eliminado, en los últimos segundos antes del cierre de la edición, cuando un editor objetó: “¡Es una eyaculación!”


Ronald Reagan mendigando el presupuesto de Defensa. Un misil y que Dios te lo pague con una muerte rápida!!!

jueves, 12 de marzo de 2009

Cinco años después

Era el día y tocaba. Aunque sólo fuera por no dar clase.
- Hablemos del 11-M.
- Vale.
"Lo escuché en la radio antes de ir al colegio".
"Supe que era importante cuando los profesores comenzaron a informar por megafonía del aumento imparable de muertos".
"En urgencias, las enfermeras hablaban de un accidente. Ya verás como no salimos de aquí en todo el día como empiecen a llegar los heridos. En el telediario de la noche comprobé que no habrían llegado nunca a mi centro de salud de Alcoi."
"Yo me enteré una semana después".
 "Ni siquiera voté, y eso que era la primera vez que podía hacerlo.
Ponte ahora a contarles tú ahora qué era el Muro de Berlín.

Lo que nos hace especiales


Todo listo y tú en la ducha. Nuestra primera casa en propiedad, cerca de les Palmeretes, con el trasiego propio de los días en rojo en el calendario. Mi madre de los nervios porque no podía comprender el estrafalario proceder de su futuro yerno, que ni había madrugado ni tenía prisa por marcharse para que la novia pudiera vestirse con tranquilidad. Eso de que marido y mujer hubieran yacido juntos la noche antes de la boda le rompía los pocos esquemas que le quedaban por romper. El peluquero y la maquilladora esperando mientras yo seguía en bata para ocultar un traje que ya habías visto. Seguro que llegarías tarde al ayuntamiento. Pues no. Cuando yo llegué del brazo de mi padre ya estabas en la puerta rodeado de amigos y familiares. Todo era nuevo. No sabíamos exactamente qué teníamos que hacer o decir, pero salimos del apuro airosos.
No hi havia a València amants com nosaltres, leía con voz de informativos Ramón Cánovas. El alcalde de El Campello, vestido con el blusón negro de l’horta alacantina ofició una ceremonia corta, emotiva y en valenciano. Mi padre asistía como convidado de piedra sin saber dónde mirar ni cómo tragarse las lágrimas.
Pero nosotros éramos felices. Ya habían pasado los momentos de dudas, el no nos casamos, lo dejamos que aún estamos a tiempo. La balanza en marcha otra vez. No había vuelta atrás. Era la nit del foc.

La fiesta fue íntima, qué remedio si el presupuesto no daba para más, y divertida. Metimos el sentido del ridículo en el zapato y por primera vez en mi vida encabecé una conga de tías y primas al son de Som fills del poble, tres pardalets i una moneta d’eixes que van en bicicleta…
La perversión estaba en los lavabos y pecamos. Pecamos tanto que cumplimos la penitencia por la noche. Quién dijo noche de bodas. Rompiendo tradiciones, como nos gusta. Luego llegó Grecia, con su Peloponeso y sus ruinas egregias. Y Olimpia, y Delfos, y las islas de aguas verdes, y la chaqueta olvidada en Atenas, y los enfados que trufaron nuestra luna de miel.
Cuando acabó el año, nos compramos a trotsky, al que acabamos de jubilar. Afortunadamente, la casa y el coche es lo único que hemos jubilado en todos estos años juntos. En cambio, las novedades han sido continuas y algunas se han instalado definitivamente en nuestras vidas.

Y llegó Clara…

Cinco años después de aquella nit del foc del 91, vivimos otra noche gloriosa. La que más. Valencia estaba a punto de arder por los cuatro costados mientras yo despertaba de un sueño anestésico convertida en una mujer adulta. Tú también creciste mucho aquella noche de marzo.
Ella llegó. Ni la buscamos ni no la buscamos, simplemente nos dejamos llevar por los acontecimientos, como siempre hemos hecho. Nuestros veranos siempre han sido muy fructíferos y no te doy más detalles. Recuerdo los nervios de la espera mientras el predictor se manchaba de rosa, y a mi padre, que aquella noche durmió con el tubito para pasar la primera noche con su futura nieta. El embarazo pasó como un suspiro, con mis náuseas, mis llantos y mi mal humor. No supimos lo que deseábamos a aquel ser que anidaba en mi vientre hasta que no percibimos la posibilidad de perderla en un paraíso de l’Ampurdà. Tuvimos nueve meses para acostumbrarnos a esa nueva palabra que incorporábamos a nuestro diccionario de pareja: familia.
La primera noche que pasamos los tres juntos en el hospital te la pasaste sacando a la nena del cajón para escuchar si respiraba. Yo, atontada aún por la anestesia, sólo me interesaba por saber si tenía cinco dedos. Clarita se portó muy bien, hasta que tuvo hambre, y qué hambre pasó la pobre, porque yo, inmóvil a causa de la cesárea no podía acercarle el pecho. Pero aprendió pronto la condenada, y a base de chupetones me cerró las heridas en los pezones. Cuando la amamantaba me sentía inmensamente feliz en mi nuevo papel de hembra mamífera. Tú nos mirabas con envidia. Desde el principio le contabas cuentos mientras la dormías, por si acaso te entendía, aunque ella sólo conseguía dormirse entre mis pechos después de mamar. Decías que no te quería, y mira ahora, que bebe los vientos por ti. La meua xiqueta és l’ama, del corral i del carrer, de la fulla de la parra i la flor del taronger…Esa y otras muchas canciones inventadas en el momento han quedado en el adn de nuestra hija. Fíjate si te hiciste un hombre en el regazo de tu hija que aprendiste a cambiar pañales sin vomitar y te dejabas mear la cara con una sonrisa en los labios.
Una noche, cuando ya había dejado de comerse la tierra de las macetas, echó a andar entre la mesita del salón y la puerta de nuestro dormitorio y supimos que se nos hacía mayor. Luego llegaron sus primeras palabras, en castellano y en valenciano, como la habíamos enseñado, y su lenguaje y su risa pusieron la banda sonora de nuestra vida. Aprendimos a cuidarla, a conocer hasta los mínimos detalles de su expresión, a identificar sus dolencias, su sueño. Un milagro.

Y ahora que tenemos a una adolescente instalada en un rincón del sofá, pegada permanentemente a un ordenador portátil y a un teléfono móvil, con la cara y la espalda llena de granos, herencia de su padre, echamos de menos el bebé de dos chupes y procuramos que no se nos escape de las manos.
Nos parecía que la parte más difícil ya la habíamos superado, pero estábamos bien equivocados. Estudia, cuelga el teléfono, dúchate, quítate los tacones, lávate esas manos de pordiosera que me llevas, recógete el pelo que se te vea esa cara, cómete la fruta, pon la mesa, recoge tu cuarto, haz la cama bien hecha, hasta las seis no se sale de casa, dile a tus amigos que respeten la hora de la siesta, quién es ése que te llama, no tienes edad de ir sola al centro comercial, a las diez en casa, en tu teléfono siempre salta el contestador, no me gustan esos amigos que tienes…
Se nos hace mayor y nos odiará, es ley de vida, y tendremos que aceptarlo con resignación, pero creo que el resultado final será bueno, ya verás. Juntos hemos hecho el mejor trabajo de nuestra vida, el más titánico, el más perfecto. Todo el amor que le hemos dado tiene que salirle algún día por todos los poros de su piel, cuando ya no esté granulada por la adolescencia.
Y entonces nos comprará una casa en Mallorca…

El chico de mi vida

Una vez escribí que tu cuerpo era una pampa desnuda entre mis dedos aunque yo aspiraba a escalar todas y cada una de tus cumbres. Nos tomamos nuestro tiempo. Las prisas nunca fueron buenas consejeras en los proyectos dilatados. Pensar en esa revolución biográfica nos daba vértigo y tardamos en pronunciar palabras que nos ataran a un compromiso, simplemente nos dejamos llevar por un río plácido de presunto noviazgo encubierto. Pero jamás fuimos novios. Fuimos colegas, amigos, amantes y “arrejuntaos” por este orden cronológico, pero nos prohibimos el uso de un vocabulario que incluyera plazos y futuro. En momentos de crisis diseccionábamos nuestra relación sin nombre y distribuíamos ventajas e inconvenientes en los platillos de una balanza imaginaria que hacía las funciones de juez. Siempre se inclinó del mismo lado, aunque quién sabe si alguno de los dos trucaba el peso.
Ese río que nos llevó de Barcelona a Alicante tiene las riberas repletas de memoria. Vestigios de amor y vida que dejamos al pasar, con acampadas fugaces, largas estancias, desembarcos breves o paradas técnicas. Todas están en mi pequeño cuaderno de bitácora.
Grover Washington Jr y dos cuerpos compartidos en un lecho compartido en una habitación compartida de un piso compartido. Lo siento, yo no quería, pero yo sí, no volverá a ocurrir, hasta la próxima vez.

Libre te quiero
como arroyo que brinca de peña en peña,
pero no mía.
Pero no mía
ni de Dios ni de nadie
ni tuya siquiera.

Y es verdad que durante mucho tiempo no quisiste que fuera tuya, pero sobre todo de nadie. Ni siquiera mía.
Eran los tiempos de Cerdanyola del Vallés, tu piso y el mío. Tiempos de Quijote, de Concha, de Seté Cel, de Pepe y Sergio, de birras, billares, de paraísos artificiales a cinco talegos, de investigaciones sociológicas de mercadillo. De inviernos nevados, pijamas bajo la ropa, tuberías reventadas, menús intensivos de sardinas en tomate, de coladas en el metro, de pasarse de estación. Tiempos de viajes astrales por carreteras nocturnas, de madrugadas de lluvia y taxistas desesperados por descargar el “paquete” sin riesgo para su salud y su bolsillo. Noches ejerciendo de Penélope, haciendo y deshaciendo el ovillo de una candidatura a suspenso a causa de una decisión ácida que te llevó a ti a Rubí y a mí a un dormitorio-celda con la llave en tu bolsillo.

Todas los bares, todos los cielos, todas las olas

Luego vino Barcelona, Poble Sec, carrer Margarit, Paralelo de putas y trasvestidos, de chulos y “costeretes”. Bodegas con olor a vermut rancio y patatas bravas. Un dormitorio hecho a medida, un colchón sin derecho a crecer. Popof, Plaza Real, Carma, Pako Punko desfilando por la Rambla, cruzando el Raval de madrugada con parada técnica en la esquina de Conde de Asalto para “asaltar” los croissants del horno madre de colgados y meretrices. Hostales de mediopelo en Urquinaona, con una botella de cava recalentándose mientras esperábamos que llegara un día como hoy años atrás.

Después llegó Horta, Marquesa Caldas de Montbui, y un hombre en casa. Habitación compartida, conciertos en “barricadas”, ska, Elton Jhon apropiándose del presupuesto del mes y zapatillas voladoras como armas de destrucción masiva. Gracia, la Plaza del Sol, el Mail, el KGB, con su cubos de agua regalo de la vecindad, y las largas caminatas de madrugada de punta a punta de la ciudad condal. Y Juan Antonio, que desertó de la vida en una carretera mientras Klaus Kinkel aprendía que las lágrimas provocan cortocircuitos en el corazón. Y tú y yo, esquivando la muerte en camas prestadas.
En Consell de Cent, estuvimos a punto de tocar del cielo, y no sólo metafóricamente. Cinco pisos y principal. Pasillo comunitario y retrete individual. Un palacio donde habitaba el amor. Hacía casi cuatro años que éramos amantes y aún no nos habíamos convertido en novios. Nuestro dormitorio improvisado, colchón de gomaespuma sobre tablón aglomerado, arabescos de satén amarillo para disfrazar el falso techo, cómoda de mimbre estilo contenedor de la esquina con baño de titanlux negro, se convirtió en un almacén de horas muertas para amores muy vivos. La cocina, amenizada por unas cortinas caseras de cuadros rojos y blancos, fue la aplicación más práctica que le he dado a todas aquellas siestas veraniegas en las que mi madre se empeñó en que tenía que aprender a coser y bordar. Laboratorio de cocina prêt à porter. Y el salón, con una mesa camilla destartalada por los embates de un cartero insistente, con un sofá de terciopelo ámbar que rescatamos del desguace, una televisión en blanco y negro, por dentro y por fuera, en la que invertimos siete mil pesetas, y un equipo de música ante el que nos pasábamos las horas mirando las luces rojas y verdes del ecualizador. Nuestra casa, doce mil pesetas en un ático del Ensanche barcelonés, a un tiro de piedra de la Sagrada Familia

y de la plaza de Glorias, se convirtió en el centro de todo nuestro universo, y del de nuestros amigos. Desde entonces, los lugares en los que vivimos siempre han sido punto de reunión. Somos habitables, confortables, amables…

Interruptus


Existen muchas maneras de perder la identidad. En estos tiempos retóricos en que el símbolo prevalece sobre la esencia y el fondo aparece casi siempre difuminado tras la contundencia de la forma, el lenguaje, como la diplomacia, debe desarrollar esa capacidad prestidigitadora de cambiar los actos con sólo modificar las palabras. Y no estoy hablando de política, aunque también.Nada hay más identitario que nuestro propio nombre (que le pregunten a Josep Lluis), aquel por el que nos reconocemos en sociedad; el que conservamos desde la partida de nacimiento hasta la inscripción de la lápida; el que legamos a nuestros hijos a veces como única herencia. Esta manera simbólica de salir de la invisibilidad, enfermedad congénita que padecen las mujeres de medio mundo, es una de las escasas aportaciones de España a favor de los derechos de las mujeres. El doble apellido, la ñ, la transición democrática y la dieta mediterránea encabezan mi “top” de españolidad.En los foros de Internet se apuesta por la “solución española” para meter en vereda el asunto de los apellidos, que avanza renqueando tras el “sprint” que ha experimentado el concepto de familia en las últimas décadas. Hace pocos años que los códigos civiles de la mayoría de países occidentales, excepto España, han aceptado la identidad de las mujeres por sí mismas y no en función del hombre al que pertenecen. La mujer pasaba sin tregua de la tutela del padre a la del marido gracias a la conjunción lingüístico-simbólica que supone el cambio de apellidos.

Conclusiones sobre El Espejo Mágico


La publicidad es un poderoso instrumento de socialización, un espejo mágico donde las sociedades se reflejan, a veces como son, y siempre como desearían ser. Ambas imágenes son complementarias e igualmente válidas para describir el contexto histórico, social, cultural y económico en el que se desarrolla una determinada sociedad.El reflejo de la España del período republicano que transmite la publicidad de la revista Crónica se corresponde más con una visión idealizada de sí misma como sociedad moderna y urbana, aunque minoritaria, que con una imagen, más ajustada a la realidad, de un país mayoritariamente rural y tradicional en sus usos y costumbres. La publicidad, en consonancia con la legislación avanzada de la época, presenta en su imaginario un modelo vanguardista de sociedad extremadamente preocupada por la estética y la salud, cuyos miembros residen en zonas metropolitanas, donde los hombres trabajan como ejecutivos o profesionales liberales y las mujeres como empleadas del sector servicio o amas de casa.Los referentes sociales son los modelos del star system americano que llegan vía celuloide a las pantallas cinematográficas, que ya se habían convertido en la principal diversión de la época, relegando a otros espectáculos autóctonos como las revistas de variedades.Otro lugar común de la sociedad de la II República española es la sobrevaloración y explicitación del sexo, intrínsecamente unido a los períodos de libertad política, como volvería a ocurrir muchos años después durante la Transición. La desmesurada oferta de estimulantes sexuales y de productos contra las enfermedades venéreas, amén de libros ilustrados con desnudos y enciclopedias para aprender técnicas sexuales, describen una sociedad en proceso de liberación de la rígida moral católica que la caracterizaba. Una doble moral que queda en evidencia al observar la variada oferta de píldoras abortivas que se van abriendo paso en los espacios publicitarios a medida que se asienta la República.En cuanto a los estereotipos masculino y femenino, ambos transitan entre un modelo tradicional y otro innovador donde los roles comienzan a difuminarse. Así la mujer aparece atada al mundo de lo privado ejerciendo de esposa y madre, preocupada por agradar al marido y ser una eficiente ama de casa; pero también lo hace como una mujer libre, que trabaja, viaja, hace deporte y comparte su tiempo de ocio con el hombre en condición de igualdad. Los nuevos varones que incorpora la publicidad al imaginario social siguen dominando el terreno de lo público como hombres de negocio, pero comienzan a asumir roles hasta entonces femeninos, como la higiene personal, la belleza o el cuidado de los hijos. La palabra seducción entra en el vocabulario masculino. La familia que retrata la publicidad de la época se ajusta al modelo nuclear, con pocos miembros, paulatina incorporación de la presencia del padre en el hogar y con un lento pero firme ascenso del papel de los niños dentro de la estructura familiar.En definitiva, si se incorporara el color a los diseños publicitarios y se sustituyeran las ilustraciones por fotografías, se observarían pocas diferencias entre la publicidad de la España de los años treinta y la actual. Aquel modelo de sociedad española que aparece representado en la revista Crónica, salvando todas las distancias, sigue siendo esencialmente el mismo que aparece en cualquier revista ilustrada de principios del siglo XXI. La Guerra y la Dictadura sólo fueron un largo paréntesis.

Primer miércoles tras el primer martes de noviembre

Hoy he madrugado. Mucho antes de que sonara el despertador, como en las citas importantes, como las mañanas de Reyes de mi infancia. Casi a tientas, porque aún no llevaba gafas, pulsé la tecla del mando a distancia del televisor de mi dormitorio. Buscaba a Franzino en la digital pero las chicas de La Sexta se le adelentaron en el canal y me dieron la buena nueva: “Obama es el nuevo presidente electo de Estados Unidos”. Anoche aún desconfíaba del pueblo norteamericano. Soy poco propensa a creer en los milagros aunque el mundo está muy necesitado de ellos. Me puse las gafas y un primer plano de Jesse Jackson con los ojos inundados de lágrimas me golpeó el pecho. Amaneció el día cinco de noviembre de 2008 mientras yo no podía contener el llanto arrebujada entre las mantas. A las siete en punto desperté a mi hija. Le dije que había ganado Obama, que recordara este momento porque el mundo estaba cambiando.Que este día entraba por la puerta grande de la Historia. Como la Revolución Francesa, como la caída del Muro de Berlín, como el bombardeo de Pearl Harbour. “¡Qué rollo mamá, tan temprano!”. “Y tú les dirás a tus hijos que ese día le dijiste a tu madre que era un rollo”. Al bajar del coche en la puerta del instituto, mi hija me dio un beso: “Ya lo sé mamá, ha ganado Obama, que es negro y que va a ser el presidente del mundo, pero no llores ¿vale?” Luego pensé en toda la tarea que queda por hacer, con el desorden internacional patas arriba y, al más puro estilo Scarlett O’Hara, me respondí: “Eso ya lo pensaré mañana”.