viernes, 25 de noviembre de 2016

Verás cómo viene Trump y la caga

Estoy que no quepo en mí de gozo. Ha sido investir a Rajoy presidente del gobierno y vuelvo a dormir a pierna suelta. El orden, por fin, ha puesto coto al caos. El horizonte aparece despejado. Inusualmente despejado para estas fechas tan avanzadas en el calendario. Incluso amanece antes, fíjense. Pareciera que el universo se hubiera confabulado para darnos una tregua y los medios, cual tabla de Moisés, se hicieran eco todos a una de lo que sospecho. Que hay un solo Dios y que Rajoy es su profeta.
No quepo en mí de gozo, perdonen que insista. Leo la prensa con alegría. Dicen las estadísticas que el paro se sitúa ya por debajo del 20% y que octubre no ha sido tan malo como otros años. Los maestros han salido de las listas del INEM para abrir hueco a los camareros. Se auguran unas navidades espectaculares para el comercio y ya se ha abierto la temporada de casting para baltasares y papanoeles. ¿Qué más queremos para disfrutar de la vida en cada esquina? Seguro que este fin de semana ya podremos echar la siesta con películas de ambientación navideña en todos los canales.
Los atascos kilométricos durante el puente de Todos los Santos, es la prueba fehaciente de la recuperación de la economía. Pero hay más. Los turistas son tan previsores que muchos ya han pagado su paquete vacacional para el verano que viene. Y encima, Amancio Ortega ha ingresado este año 1.104 millones de euros en concepto de dividendos situándose como uno de los más ricos del mundo. “Yo soy español, español, español…”. Las masas se desgañitan en las calles, orgullosas del nuevo Midas patrio. Que se joda Bill Gates. Los valencianos sacando pecho. Los Roig de Mercadona, “hay que trabajar más”, ya son la segunda fortuna de España, toma y toma.
Salgo a la calle, sonrío a mis vecinos, saludo a los indigentes que se cruzan en mi camino porque sé, aunque ellos aún no lo saben (no leen la prensa, los pobres), que muy pronto su vida cambiará a mejor. Estoy por recomendarles que se presenten para los puestos de papanoel. Algunos juegan con ventaja porque ya llevan la barba incorporada. Sin embargo, un pequeño desasosiego me pone en alerta cuando me siento al volante. Mira que si me cruzo con el Peugeot de Pedro Sánchez en su tournée en busca de avales para las primarias… ¿Qué hago, le echo de la carretera? Al fin y al cabo soy periodista. Alguien me lo agradecerá. Vaya, tan buen día que hacía y se ha tenido que cruzar por mi cabeza este nubarrón sanchista. De todas maneras, no hará falta que haga nada. Con no decir que le he visto ya me vale. Creo que esa va a ser la estrategia periodística imbuida del espíritu Rajoy que tan buenos resultados da. Al fin y al cabo, sin gasolina mediática y con las ruedas cosidas a navajazos no llegará lejos. Es lo que tiene salirse de las rutas establecidas en los mapas, que hay baches, alimañas y caminos sin retorno. Pero esas son noticias feas que ensucian los telediarios y remueven las conciencias. Mejor la cobra de Bisbal o la vpo de Espinar, ¿no creen?
Es que hay gente malvada que pone en duda la independencia de los periodistas y les exige, incluso, que pongan en peligro su puesto de trabajo por una verdad más o menos. ¿Quiénes se han creído que somos, héroes? La heroicidad ha pasado de moda en la profesión. Antes, hace unos tres años, se hizo un experimento con los periodistas de RTVV y no salió bien. Se les acusó de cobardía, de no enfrentarse a sus jefes y comulgar con preceptos editoriales para alimentar a sus familias y miren lo que pasó. Ahora son unos proscritos. No vamos a cometer los mismos errores, que ya hay demasiados periodistas en el paro. Lo hacemos por el bien de España. Además, para periodista “pura sangre” ya está Pedro Sánchez, que se atrevió a desenterrar a Orwell en prime time: “Periodismo es publicar lo que alguien no quiere que publiques. Todo lo demás son relaciones públicas”. ¿Pero a quién se le ocurre? Miren que hasta llegué a echar de menos al rey emérito “¿por qué no te callas?”

Ya les contaré cuánto me dura este estado de felicidad mediática abonada al pensamiento único. Verás cómo viene Trump y la caga.

Sacar el valenciano del armario

En Alicante nadie habla valenciano. Quien se expresaba de esta forma tan contundente era entonces alcalde de la ciudad. Usted y yo parece que no vivamos en el mismo lugar, se atrevió a contradecirle esta pobre periodista andaluza que le preguntaba en valenciano durante la inauguración del parque de El Palmeral, hace ya siglos. Fue entonces cuando me dijo que en su barrio, el tradicional Raval Roig, no se escuchaba valenciano por la calle ni tampoco en el ayuntamiento. No sé, igual tenía algún problema de sintonización en sus auriculares y quien les escribe es un bicho raro. Yo vivía entonces en Palmeretes y podía realizar casi todas mis actividades cotidianas en esa lengua. En mi barrio se podía comprar en valenciano el pan, la carne, el tabaco, el periódico y hasta el vermú de los sábados en la “bodegueta”. Mis vecinas se comunicaban en valenciano por el patio de luces mientras tendían la ropa en la galería y en el trabajo era la lengua de uso común.
No dudo que el alcalde me estuviera diciendo la verdad o, mejor dicho, “su verdad”. A las autoridades civiles, militares, policiales o administrativas de esta ciudad se les suele hablar en castellano por una mal entendida cuestión de “educación”, por inercia y en algunos casos, también por prescripción médica. Es cierto que para vivir en valenciano en Alicante hay que nadar contra corriente porque las mareas te arrastran indefectiblemente hacia el castellano, que actúa como lengua franca. Sin embargo, si de entrada nos dirigimos a nuestros interlocutores en la otra lengua oficial, la minoritaria, podremos encontrarnos con la sorpresa de que la habla más gente de la que pensamos. Si no lo hacemos, nunca lo sabremos. He de reconocer que es un deporte de riesgo solo apto para gente osada. “Háblame en español que en esta Comunidad somos bilingües”, me dijo un día un señor en la calle mientras realizaba encuestas callejeras. “Perdone, pero bilingüe soy yo, usted parece que es monolingüe, en castellano”. Esa vez me pilló de malas, qué le vamos a hacer. Lo habitual es cambiarse de lengua (los que de verdad son bilingües o plurilingües) y no enzarzarse en debates filológicos mientras esperas a que cambie el semáforo. Si le hubiera preguntado en inglés me habría tratado con más amabilidad y seguro que se habría esforzado en “speachenglish” aunque fuera en formato indio.
Parece que hablar valenciano en esta ciudad todavía te retrata ideológicamente, te sitúa en una trinchera donde la lengua se utiliza como arma arrojadiza en una guerra fratricida. Ejercer ese derecho es agotador e incluso caro. Un ejemplo. Para escolarizar a mi hija en línea valenciana tuve que sacarme el carnet de conducir y comprarme un coche para llevarla al único colegio de mi distrito donde se podía estudiar en el programa de inmersión lingüística. Y todo para que luego algunos de sus profesores, ya en secundaria, dieran clase en castellano “para que nos entendamos todos”, aunque los libros de texto fueran en valenciano: “en quina llengua faig els examens, mamà?”, me preguntaba angustiada. “No et fiques en problemas i fes-los en la llengua en que et parle el professor”, le dije atendiendo a un poderoso instinto de protección materna.

Ahora el Consell quiere reactivar la Llei d’Ús i Ensenyament que lleva muchos años vegetando en los cajones sin que nadie se haya atrevido a ponerle el cascabel al gato. El conseller Marzà, en un alarde de honestidad y valentía política, quiere que toda la documentación de las administraciones públicas valencianas esté redactada en los dos idiomas oficiales (¡qué temeridad!) pero que el valenciano aparezca en primer lugar. Una “osadía” que propugna que el personal de la administración que atiende a la ciudadanía inicie la comunicación en valenciano y la continúe en la lengua que soliciten los usuarios. Todo un atrevimiento que, o mucho me equivoco, abrirá de nuevo la caja de Pandora. ¿Qué no? Si quieren hacer un experimento social en carne propia, prueben a vivir un día en Alicante exclusivamente en valenciano. A ver qué pasa. Y luego me lo cuentan. @layoyoba

El Mundo de Mercator

Nos han educado en una concepción deforme del mundo. En el año 1569 el cartógrafo flamenco Gerhard Kremer publicó el primer mapamundi. Sí, ese conocido atlas tan sobado por alumnas analógicas, como yo,  y con el que nos hemos dejado fotografiar para mayor chanza de nuestros hijos nativos digitales. La representación del planisferio, conocida como proyección Mercator, aceptada y utilizada ampliamente durante los últimos cuatro siglos, es el más claro exponente de un error de cálculo interesado en la imagen gráfica del planeta. En ese atlas, Groenlandia es tan grande como África y Europa, similar a América del Sur. Algunos historiadores, como Arno Peters, llaman a ese “error”, simplemente, eurocentrismo; una visión sesgada a favor de todas las metrópolis sociales, culturales, militares y económicas que han ejercido su hegemonía a lo largo de los tiempos.
La invisibilidad y el desequilibrio históricos que han padecido los colectivos humanos de razas no blancas, de mujeres, de niños, de creyentes de otras religiones diferentes a la judeocristiana y, en general, de los sempiternos perdedores es el resultado palpable de esa miopía social que tan bien refleja el atlas de Mercator. No creo que se trate de un comportamiento malvado, pero no debemos escudarnos en la ignorancia que nos hace cómplices de esa estafa histórica que vamos transmitiendo a las nuevas generaciones “con la leche templada y en cada canción”, como decía Serrat. No deja de sorprenderme que la mayoría de los estudiantes universitarios suele llegar con ese pecado original que les amputa la posibilidad de mirar el mundo desde una perspectiva sin servilismos atávicos. En particular, los alumnos de Periodismo y Comunicación Audiovisual deberían mostrarse especialmente meticulosos ante la disyuntiva de “re-producir” los viejos esquemas historiográficos o, por el contrario, “producir” enfoques novedosos aplicando una perspectiva “excéntrica”, entendiendo ésta como visión periférica de la realidad social.
Los recursos audiovisuales son herramientas docentes de primer orden, especialmente en la enseñanza de la historia. Los estudiantes aprenden más a través de imágenes en movimiento que en libros de texto. Películas, documentales, reportajes televisivos e incluso videojuegos, ayudan a fijar conocimientos, a estructurar la realidad y a fomentar actitudes ante cualquier acontecimiento. El cine histórico es uno de los géneros más prolíficos y se ha utilizado como vehículo de contrastada solvencia para multitud de objetivos: entretener, educar y, en muchos casos, manipular. Desde que se tuviera constancia del poder de subyugación del cine y de la televisión, pocos líderes se han resistido a utilizarlo en favor de sus ideologías, desde Stalin a Roosevelt pasando por Hitler, y ahora pongo puntos suspensivos… para que ustedes sigan añadiendo todos los nombres que se le ocurran (¿a que son muchos?).
La mayor parte de los conocimientos históricos con los que llegan los alumnos a la Universidad se deben más al cine que a las aulas. Por ello, una sólida formación en disciplinas sociales como la historia o la filosofía no debería ser accesorio en la construcción de los perfiles de los futuros comunicadores audiovisuales, a no ser que se apueste por el oficio más que por el arte, por la técnica más que por la creación y por la docilidad más que por el pensamiento crítico.

Y ahora, miremos con qué mapas se trabaja en las escuelas y sabremos qué concepción del mundo aprenden nuestros jóvenes. 

El Diluvi que viene

“Hay otros mundos y no son del PP”, me dijo mi amigo cuando acabó el concierto. La noche, sin embargo, no invitaba a la reflexión. Hacía demasiado calor y además, había clavado el titular. Habíamos ido al concierto organizado por los jóvenes de Compromís en una plaza de Sant Joan d’Alacant. El plato fuerte era el grupo Manel, “els del boomerang”, pero en los aperitivos apareció El Diluvi. “No els coneixes? Són de la Foia de Castalla”. Me avergoncé de mi ignorancia y de formar parte de un pueblo que desconoce y ningunea sus músicos autóctonos. El Diluvi no suena en las radios, ni en grandes conciertos de esos que se anuncian a bombo y platillo ni tampoco en televisión (claro que aquí no tenemos). Sin embargo, todos coreaban sus letras, “paraules sense sentit, paraules sense sentit”. ¿Dónde he estado yo todo este tiempo, me preguntaba con cara de estar totalmente out?
El público era mayoritariamente joven. Gente que accede a la música a través de la red, que consume online lo que les gusta sin discriminar entre lenguas. El Diluvi canta en valenciano, sin proclamas ni banderas. Lo hacen de manera congénita, porque así les enseñaron sus padres y sus abuelos en la ladera norte del Maigmó. Su música sabe a Mediterráneo y a Caribe. Aires de cumbia y reggae con raíces valencianas que consiguen levantarte el ánimo y los pies apenas oyes los primeros acordes de la bandurria, el violín, la guitarra flamenca o el acordeón. Son más conocidos y reconocidos en los circuitos musicales catalanes que en los de su propia tierra. Como La Gossa Sorda, como Obrint Pas. Quizá porque aquí no existe más circuito que la plaza del pueblo y seguimos asociando la música valenciana al folklore popular de “les albaes”, los pasacalles con “dolçaina y tabalet” y la canción protesta.
Pues bien, El Diluvi se nutre de todas esas raíces para crecer sin ataduras en un mundo sin fronteras. Nació versionando poemas de Ovidi Montllor en la inauguración del Casal del Tío Cuc en Alicante y en apenas tres años ya han publicado tres álbumes (Alegria, Motius y Ovidenques). Y claro que protestan, porque aún quedan muchos motivos para protestar.

Reivindican la rebeldía femenina: “Seràs aquella que vas voler ser, seràsla tres voltes rebel, seràs un puny alçat al vent i tu, sols tu, faràs vibrarcinc continents”. Canciones donde caben Rigoberta Menchú, Malala Yousafzai o Berta Cáceres. Mujeres que podrían volver a inspirar hoy a Maria Mercé Marçal su poema “Divisa” por haber nacido mujer, de clase baja y nación oprimida. Reivindican el nombre de Alicante en su canción “Alacant, bandera clara”, una ciudad musicalmente sin nombre propio. Reivindican el poemario de Ovidi Montllor, casi clandestino en la tierra que le vio nacer. Alicante, tan benévola con la cultura de los otros, suele ignorar con demasiada frecuencia la suya propia. ¿Conocen ustedes a Mugroman, a La Caixa de Gel? Grupos autóctonos que permanecen recluidos en catacumbas donde se refugian los disidentes de las culturas hegemónicas. Excluidos de las programaciones culturales institucionales, es el pueblo, a través de casales populares o asociaciones cívicas, el que está cerrando los paraguas para dejarse empapar por los acordes multicolor que derraman El Diluvi y tantos otros en sus actuaciones. Parece que hay que triunfar más allá del Sénia para romper el silencio que estrangula la música en valenciano entre el Turia y el Segura.

Héroes olvidados

Los héroes son cada vez más efímeros.
Ya no sabes a quién admirar. Fíjense en Díaz Ferrán o Mario Conde. Un día son aclamados en las universidades como doctores honoris causa y al siguiente se disputan la medalla de “recluso del año” en el top ten carcelario. Y si no, el disgusto que me llevé el día que mataron al Capitán América, el superhéroe americano de Marvel que fue capaz de vencer a todos sus enemigos menos a George W. Bush y su Patriot Act. Ya se sabe que los que se rebelan ante el poder establecido pueden morir “tiroteados” a la puerta de cualquier juzgado, como el Capitán América, o en la sede de cualquier partido, como el Soldado Sánchez.
Por eso hay que tener cuidado con las personas a quienes rendimos homenajes precipitados. Los actos honoríficos no se pueden convertir en vodeviles. Hasta hace poco, las calles se dedicaban a personas relevantes que habían fallecido o cuya muerte se barruntaba próxima. Un mal fario, no se crean. Ahora, ganas la enésima edición del Gran Hermano VIP y ya eres merecedor de una mención en el callejero local y con un poco de suerte apareces hasta en el Monopoly J.
Les cuento todo esto porque el Ayuntamiento de Alicante ha iniciado un proceso para cambiar el nombre a 46 calles y he visto entre los candidatos al “NegreLloma”. Quién le iba a decir a John Moore, nombre auténtico de este personaje legendario que murió alcoholizado en las calles de Alicante, que sustituiría al alcalde Lassaletta en el callejero de la ciudad. Hoy el Negre Lloma sería carne de CIE. Pero el azar es caprichoso. La memoria colectiva de los alicantinos ha preservado el perfil más amable de este negro descomunal cuyo nombre ha pasado a ser sinónimo de vago y sucio en el acervo popular alicantino. Según se consigna en la prensa de la época, fue detenido en varias ocasiones por acosar a mujeres o por “faltar a la moral”. La moral de los años de la dictadura de Primo de Rivera. Para contextualizar.
Luego, una pirueta macabra del destino ha alimentado la leyenda del Negre Lloma. Murió pocos días antes que José Antonio Primo de Rivera y ambos fueron enterrados, en celdas contiguas, en una fosa común. Dicen que cuando Franco ordenó la exhumación del líder falangista para trasladarlo al Valle de los Caídos, un “error” propició que los huesos del gigante negro ocuparan el ataúd destinado al fundador de la Falange. Cuenta la leyenda que la comitiva fúnebre iba acompañada de un susurro generalizado y sonrisas contenidas de los alicantinos que observaban en silencio el despropósito. Y eso que aún no se sabía que el Negre Lloma acabaría compartiendo morada eterna con el dictador. Quizá la vida del negro no mereciera una calle en su ciudad de acogida, pero la charlotada de su muerte le redimió. Justicia poética, pensarán algunos.

Las propuestas del nuevo callejero ya están en período de alegaciones. La mayoría de los que pierden su sitio de honor en las esquinas son hombres que serán sustituidos por mujeres. Muchas mujeres olvidadas, menospreciadas, invisibles. Para algunas esa será su primera y única lápida.
Para el Negre Lloma también.