viernes, 7 de septiembre de 2018

La jaula de oro


19/01/2018 - 
Ella siempre ha vivido en la calle real, esa arteria neurálgica donde se alzaban las viviendas principales en todos los pueblos antes de que la clases acomodadas migraran paulatinamente a las afueras. Su casa se abre de par en par desde bien temprano, por eso el día que ese ritual matutino se retrasa, el vecindario se alarma, golpea la puerta principal y la falsa, la llaman a gritos desde la calle y si no hay respuesta avisan a los familiares más cercanos para encontrar el motivo de la ausencia. Cuando comenzó a vivir sola se colgó en el cuello el cordón de la teleasistencia junto a la medalla de la virgen a la que venera. Es creyente, pero no tanto como para confiar ciegamente en la protección divina. Tiene los problemas de movilidad funcional que acarrean los años y algunos traumatismos antiguos, la vista un tanto maltrecha, y empieza a estar dura de oído pero se enorgullece de mantener la cabeza bien puesta en su sitio. Eso es lo que más teme. Perder el norte, encontrarse a la deriva en un cuerpo que ya no pueda controlar, depender de la voluntad de otros y no poder seguir ejerciendo como reina de su casa. Todo lo demás tiene arreglo. Las vecinas le traen el pan, las medicinas y las noticias. Casi siempre noticias malas. De muertes, accidentes, ingresos hospitalarios, separaciones o trifulcas variopintas. Su cocina en invierno y la puerta de su casa en verano son como un telediario o un magacín televisivo por donde pasa la vida. La vida propia y la de los demás. El infoentretenimiento se inventó en los pueblos tomando el fresco.  Por eso, como un remedo de Paco Martínez Soria, la ciudad no está hecha para ella. Habla demasiado alto, camina demasiado lento y saluda a los desconocidos como si fuera a verlos dentro de un rato. Pero en la capital están sus hijos y sus nietos así que, de tanto en tanto, se pone el equipo de desplazada, prepara su botiquín ambulante, activa el teléfono móvil en modo cordón umbilical, la tajeta dorada, y se prepara para viajar hasta el infinito o más allá. Detesta vivir en una urbanización donde muchos vecinos no le dan los buenos días cuando se cruzan con ella en su peregrinación diaria a santa Mercadona. El supermercado se convierte en su hábitat natural, un sucedáneo de la plaza de su pueblo. Va cada mañana. La compra es lo de menos porque normalmente trae cosas prescindibles o repetidas que luego no caben en el frigorífico. Pero necesita la presencia humana a su alrededor aunque sea entre los lineales de comida para perros o esperando en la cola de la caja. La familia anda en sus quehaceres y no le dan mucha conversación así que traba amistades esporádicas con los vecinos en el ascensor. Luego vuelve a casa con información actualizada sobre los habitantes de cada piso a los que recuerda de un año para otro. En eso está bien entrenada. Es la mejor. “El vecino del tercero, el de los pantalones cortos que se sentaba siempre debajo del árbol en la piscina, se murió en Navidad. Le dio un infarto y no le dio tiempo ni a llegar al hospital, con lo cerca que lo tiene. Me lo ha dicho su mujer. La he visto entrando sola en el portal y le he preguntado por el marido. Sus hijos quieren llevársela pero ella prefiere seguir aquí. Le he dado el pésame en tu nombre porque seguro que ni te habrás enterado. Llevas veinte años viviendo aquí y no conoces a nadie. Esto es como una jaula de oro”. @layoyoba

29/12/2017 - 
Viajar casi mil kilómetros y cuarenta años atrás en unos pocos días solo se puede hacer en Navidad. Es un ejercicio de nostalgia compartida que sirve para volver a armar el puzzle de la infancia que quedó arrinconado entre libros de texto, diarios inacabados y amores adolescentes. Una excursión al pasado para comprobar si "nosotros, los de entonces" seguimos siendo los mismos.
La puerta de acceso a ese Jumanji fue una convocatoria de whatsapp para todos los que cursábamos octavo de EGB en el colegio del pueblo el año que se murió Franco. Entre los asistentes había de todo, los que se ven todos los días y los que hace toda una vida que no se ven. A simple vista, el paso del tiempo es incontestable. Los tintes de peluquería, las canas y las alopecias han tomado el relevo a las trenzas y a las melenas. Tampoco nos quedan restos de Clearasil en las mejillas, pero seguimos recordando nuestros nombres y apellidos, el día del cumpleaños y detrás de quién nos sentábamos en clase. Entonces comienza a surgir un relato coral, contado a muchas voces y muchas risas, que desbroza la memoria agazapada tras las telarañas del tiempo. Y empiezan a aparecer los fantasmas. El de doña Angelita, la maestra beata que nos castigaba con los brazos en cruz, biblias sobre las manos y garbanzos bajo las rodillas.

La que apuntaba en una libreta quién asistía a misa los domingos y castigaba sin recreo a las que faltaban. La que nos tiraba de la lengua y de las faldas. La misma a la que nos obligaron a besar en la frente cuando ya se encontraba de cuerpo presente. Aparecen las tardes jugando a los cromos que guardábamos en cajas de Nivea. Los tacones fabricados con latas pegadas a los zapatos con el alquitrán de la carretera. Aquella excursión de fin de curso donde nos aprendimos de memoria todo el repertorio de Camilo Sesto. Las reuniones de Navidad donde nos pegábamos como lapas a otros cuerpos adolescentes haciendo como que bailábamos mientras nos susurraban Manolo Otero y Jane Birkin. Los homenajes a la bandera y el rosario de los sábados por la mañana. La formación con el brazo extendido sobre el hombro del compañero antes de entrar a clase en fila india. Las tablas de gimnasia en la plaza del pueblo con una falda pantalón azul marino y una camisa blanca que olía a hierba del patio. El primer cigarrillo que nos costó la expulsión a media clase y la bofetada paterna que aún escuece en la memoria. La revelación del secreto de quién se chivó al maestro. Las risas de los niños que nos gritaban "caicai, caicai", como si fuéramos perros apaleados cuando volvimos a las aulas. Los baños veraniegos en la única playa fluvial que teníamos, la Costa de la Bellota. Las limetas de la peña cuando cerraba la discoteca. Los bollos dormidos horneándose en la fábrica de Chochero y ese jardín aledaño con sus rosas de pitiminí. Los teatros infantiles donde recitábamos la tabla de multiplicar para simular conversaciones en segundo plano. Las primeras compresas, gordas como pañales, que no te permitían cerrar las piernas y voceaban que te habías hecho mujer. El castigo de copiar diez veces el cuento de "Las cabritas del señor Seguín" que aparecía en el libro de Senda. Los amoríos de los profesores, los primeros ensayos de besos de película, los complementos indirectos, los verbos irregulares, las despedidas.
Nunca he sido partidaria de estos encuentros por miedo a adulterar la esencia de lo que fuimos. Es un salto al vacío con la incertidumbre de no saber si nos gustará lo que encontremos en el fondo del abismo. Pero cuando descubres que eres una de las cabritas del señor Seguín que se escapó al monte en busca de libertad y no se dejó comer por el lobo, ya sabes que puedes regresar cuando quieras. Que todo está en su sitio.

Olmos reverdecidos


15/12/2017 - 
“Necesito una pastilla para ponerme a funcionar”, cantaba Martirio en los años ochenta en un disco rompedor que se titulaba Estoy mala. “Mala mala de acostarme”, canturreba por aquel entonces una servidora cuando no consumía más pastillas que las “pastis” que servían para muchas cosas menos para acostarse. Y de pronto, sin apenas darte cuenta, llega un momento en que la farmacopea se instala en tu vida y descubres que tienes más amigos en la botica que en el bar. El cuentaquilómetros entra en una fase crítica, las bujías corporales se resienten y la carrocería delata tus muchos años de carretera. Hay días que una se levanta con frases lapidarias como “esto no me había pasado a mí nunca” y te la apuntas para el epitafio. Todo es nuevo. Las mamografías, los triglicéridos, la osteoporosis, la menopausia, la hipertensión, las canas. El armario del baño está neurótico perdido. Los tampax dejan espacio libre para que quepan las tenalady, los comprimidos de Monurol han sustituido a los anticonceptivos y las cremas reafirmantes y antiarrugantes se reproducen como conejas en el neceser. Los pelos se desplazan por tu anatomía en una singular reinterpretación del Principio de Conservación de la Energía. Ni se crean ni se destruyen, solamente se transforman y emigran de unas cavidades pilosas a otras sin permiso de nadie y sin remedio. La memoria te juega malas pasadas. Te boicotea los nombres cotidianos, los discursos estudiados, los recuerdos de esa misma mañana, pero te asalta de improviso con imágenes perdidas del parvulario o canciones de Karina, que son las únicas de las que aún recuerdas la letra íntegramente. Sin embargo, aprendes a disimular los olvidos imperdonables porque ya tienes tablas con eso de las perífrasis verbales para dar el pego. Te agencias unas gafas de diseño con luces largas y cortas en el mismo pack. Ocultas las malas noches con una buena capa de pintura y encaras una jornada que ya no comienza llevando a la niña al colegio. Ahora solo le gritas desde la cocina para que se levante y no llegue tarde a la universidad porque hace tiempo que hay otra mujer joven en casa que empieza a parecerse mucho a ti. En lo bueno y en lo malo.  Aunque se niegue a reconocerlo. Igual que cuando yo pensaba que Martirio hablaba sobre mi madre y no sobre mi.  El pilates, la sacarina, las cápsulas de hierro, las almohadas cervicales y las sesiones de menopáusicas sin fronteras con tus amigas coetáneas  te ayudan a convertir la cima de la cincuentena en una meseta estable y fértil donde puede crecer de todo. Incluso el amor. Porque es en los territorios más agrestes donde florecen las edelweis o las rosas del desierto, aunque sean de arena petrificada. Amores que se fraguan sobre cimientos solventes con tendencia a perpetuarse. Amores para sellar pasaportes por medio mundo sin prisas para regresar. Amores libres de hipotecas. Tierras reconquistadas al barbecho para dar fe de que “qualsevol nit pot sortir el sol”. Amores que nos convierten en olmos reverdecidos a no importa qué edad, como aquel milagro de la primavera. Ustedes perdonen mi regalo de cumpleaños.
 @layoyoba

Tomates rosas de Altea


24/11/2017 - 
Si alguna vez montas un negocio, que no sea una frutería, me decía siempre mi madre. Deja poco margen de beneficio y se desperdicia mucho género. Ella sabía de lo que hablaba porque se había críado detrás de un mostrador. El mismo en el que me crió a mi. Las frutas y las verduras son muy desagradecidas, sobre todo los tomates que se pudren solo con mirarlos.  Aguantan mal los toqueteos de la clientela, los baches de carreteras infames y el calor. Con el frío había más ganancias pero también menos variedad. Por eso, en verano, el señor Tavira venía los martes y los sábados y en invierno sólo los sábados. El camión de la fruta era de los primeros en llegar a la tienda con su cargamento repartido en cajones de madera, de esos que ahora se llaman vintage. Aparcaba en la esquina y tocaba el claxon para que saliera mi madre a ojear la mercancía, a olerla, a degustarla y a negociar un precio razonable que luego pudiera vender a sus clientas sin esquilmarles los bolsillos. Eso suponía, a veces, comprar más de lo necesario para ofrecer precios competitivos arriesgándose a perder el género. En casa solíamos sanear lo que ya no se podía vender. No está malo, solo está feo, repetía mi madre con más razón que un santo.  En nuestra tienda no solo se despachaban frutas y verduras. Era un hipermercado en miniatura que contenía toda clase de ultramarinos, droguería, lencería, zapatería, juguetería, papelería, artículos de regalo y ferretería. Si alguna vez montas un negocio, que sea una ferretería. Ahí no hay desperdicios que valgan, nada pasa de moda. Si no se venden hoy ya se venderán mañana. Invertir en tornillos es como invertir en oro. Sin embargo, a pesar de esas lecciones magistrales de mi infancia, mi madre nunca quiso para mi un negocio donde tuviera que lidiar con un público, muchas veces ingrato, que devolvía sandías o melones si no eran de su agrado. Menos mal que las gallinas no le hacían ascos a nada y se críaban lozanas como señoronas de postín.
No sé si los dueños de mi frutería de cabecera tienen gallinas. Lo que sí tienen es el olfato bien entrenado para un negocio que está renaciendo de sus cenizas por mucho que reniegue mi madre. Cuando quiero activarme el hipotálamo me sumerjo en La Alquería, la frutería del barrio, cojo el canasto de mimbre y me meto de lleno en un bodegón multicolor, un escaparate de sabores donde el  pasado dialoga con el futuro en todos los idiomas del mundo.  Si el señor Tavira levantara la cabeza y viera tomates con nombre y apellidos... Tomates rosas de Altea, de mar azul, tomates pimiento, mutxameleros, raft, tomates cherry. Coliflores y brócolis que recorren todas las tonalidades del pantone. Cerezas del hemisferio donde sea verano compartiendo espacio con setas venidas de cualquier otoño. Y entre tanto exotismo, el marchamo de la tierra: zanahorias moradas, alficoces o garrafons. La Alquería es la joya de la corona de la señora Carmen “la camisó” y de Enrique “l’obrera”, unos mutxameleros que se pasaron la vida trajinando entre la huerta y el mercado. Hoy toda su familia vive del empeño por mantener el sello de calidad que heredaron de sus padres. Aquí no existe el peligro de que devuelvan sandías. El único riesgo consiste en llenar la nevera más allá de las necesidades y rascarse el bolsillo por encima de nuestras posibilidades. En un mundo de sabores plastificados donde los productos maduran en cámaras ultracongeladoras, el sentido del gusto está seriamente amenazado. Por eso, encontrar un lugar donde te mimen la pituitaria amarilla, te devuelvan a la cocina de tu madre y te hablen en un delicioso valencià de Mutxamel, es casi un milagro. Y los milagros no tienen precio. @layoyoba

Un monumento para La Manada


17/11/2017 - 
El sueño de cualquier mujer es que nos violen en manada. No uno ni dos ni tres ni cuatro, sino cinco. Y todos a la vez. Eso lo sabe cualquiera que conozca mínimamente cómo funciona el deseo femenino. Somos insaciables en la cama, en la era o en cualquier triste portal. Para darnos lo nuestro no tenemos bastante con un solo rabo por muy habilidoso que sea. Lo pregonan todas las pelis pornos con las que los fuckers aprenden, a modo de tutorial, cómo saciar a una auténtica hembra. Nos lo comemos todo. A cualquier hora. Llevamos el clítoris en la garganta, como Linda Lovelace, a quien consideramos nuestra musa, la maestra a la que quermos emular. No necesitamos ni respirar porque la pasión nos devora. Como fieras que somos, ojalá tuviéramos más de una boca para realizar varias felaciones simultáneas que es lo nos gusta de verdad. Adoratrices de falos. Eso es lo que somos. Arrodilladas ante esos altares púbicos donde se yerguen los objetos de nuestras pasiones más íntimas, la más inconfesables.
Demos las gracias por los efluvios que se desprenden de las entrepiernas masculinas tras una noche de borrachera y después de haber meado por todas las esquinas. Bendigamos a nuestro señor por los alimentos recibidos. Por esas dosis de esperma que siempre nos saben a poco y que nos dejan la piel como una seda. Venga, ahora otro. Con sabor a cocacola, si es posible, que los de cerveza ya los hemos catado. Hagan cola señores, pero no se desesperen que hay para todos. Mientras les toca su turno pueden ir explorando otras vías alternativas. La vaginal y la rectal son más innacesibles pero ya hacemos nosotras un buen escorzo para que nos penetren por delante y por detrás. No saben la gozada que es sentirse taponada por todos los orificios corporales. Tendríamos que pagar por ello. Cuando se lo contemos a nuestras amigas no se van a creer la suerte que hemos tenido. Cinco tiarrones como cinco soles desviviéndose por ponermos mirando a Cuenca.
Deberíamos inmortalizar la proeza de estos seres abnegados para poder demostrar que no fue un sueño. Que alguien nos grabe un video, por favor. Vamos a ser la envidia de España. Pasarán años antes de que volvamos a experimentar una sensación parecida porque la mayoría de los maromos con los que vamos son unos blandengues que se entretienen en minucias. Que si un besito por aquí, que si una caricia por allá. Vamos, que se distraen con los preámbulos intentando seducirnos al ralentí cuando a nosotras lo que nos pone de verdad es meter la quinta. Qué desperdicio de tiempo. Y encima nos racionan el fornicio y nos quieren en exclusiva para ellos solos. Qué falta de productividad sexual, con lo multiorgásmicas que somos. Cuando ellos se van, nosotras ya hemos ido y vuelto varias veces. Si no lo hacemos más es porque estamos desentrenadas,  que por capacidades no será. No lo decimos nosotras. Lo dicen en el forocoches.
Así que, ustedes me perdonarán si no me sumo a la lapidación colectiva que están sufriendo esos pobres chicos que se juegan su libertad por haber hecho pasar a una adolescente el mejor rato de su vida. Pues claro que era sexo consentido, ¿quién podría negarse a un festín carnal como ese? Quienes lo critican no saben lo que se pierden. Un monumento tendrían que hacerles a estos de La Manada. Por machos y por generosos. Si acaso, solo les pongo un pero. Llevarse el teléfono. Eso no se hace. Caca. 
@layoyoba

El Golpe: la película


10/11/2017 - 
Hace ya más de un año que en @alicanteplaza me preguntaron cuándo prefería que se publicara mi columna de opinión. Los viernes, respondí sin pensarlo demasiado. Me gustan los viernes como puerta de entrada al fin de semana. Ya contaba con que mi jornada de reflexión sería los jueves para ajustarme lo más posible a la actualidad. Pero erré en mis cálculos porque hace semanas que el vértigo informativo se ha trasladado a los jueves y me impide estar al mismo tiempo en el plato y en las tajadas. Que si Puigdemont calibra convocar elecciones autonómicas o la independencia. Que si la jueza Lamela decide enviar a medio Govern a prisión preventiva. Que si el Tribunal Supremo hace lo mismo, o no, con la mesa del Parlament. Así no hay manera, oiga. Y encima, va Rajoy y también convoca las elecciones catalanas un jueves. 
Así, pensando en los malditos jueves, a una le da por pensar si la trama política de este país no estará siguiendo a rajatabla el argumento berlanguiano de “Los jueves, milagro”. Incluso han elegido ese día de la semana para las apariciones milagrosas que buscan entontecer un pueblo a base de fuegos de artificio y viejos trucos de prestidigitador. La intención de hacer aparecer a San Dimas era buena pero estaba basada en una mentira.  Y de pronto, hablando de mentiras creíbles, me viene a la mente otra película, “El Golpe”, en la que también se ficciona la realidad con el propósito de dar un escarmiento a los mafiosos usando sus mismas triquiñuelas.  Pónganle ustedes al Procés la música de piano de Scott Joplin y sigamos para óscar. Veamos. El argumento de “El Golpe” se desarrolla en una época de postdepresión económica donde los timos se han institucionalizado sin que nunca pase nada: la amnistía fiscal, la Gurtel, el 3%, los ERE, los papeles de Panamá, los papeles del Paraíso...¿seguimos? Las estafas están tan extendidas que quien no trinca es un don nadie. En este contexto aparecen dos personajes revestidos de Robin Hood que bajo la consigna de “Espanya ens roba” lideran una cruzada nacionalista contra un poder central corrompido hasta los tuétanos. No sabemos si pretenden devolver el dinero a los pobres pero con la sola pretensión de desplumar a los corruptos y sacar a la luz sus mezquindades  ya les vale para empatizar con un pueblo huérfano de héroes. Su caracterización de hombres buenos se fragua sobre un escenario de no violencia, una “revolució dels sonriures” muy fácil de comprar. 
Y luego está la puesta en escena. Un trabajo teatral magnífico, con un guión elaboradísmo, actos milimetrícamente diseñados para que no decaiga el interés mediático y de público, con un gran reparto de actores principales y secundarios y unos extras abnegados a quienes han convencido de que el éxito de la película depende de ellos. Incluso han incluido en el guion giros inesperados llenos de matices que cada cual interpreta a su manera. La declaración virtual de independencia, su inmediata  suspensión, las peleas entre los “protas”, el reparto de papeles “tu a Bruselas, yo a Estremera”...  Un espectáculo de prestidigitación cinematográfica donde no falta el dramatismo, la acción, el humor y las canciones memorables de Llach o María del Mar Bonet. Lo único que falla es el diálogo. Así pues, enfrascados como estamos en esta producción de ficción política de alto nivel interpretativo, de dirección y montaje, que no nos deja ni pestañear, sospecho que al final no tendremos milagro sino sorpresa. Y miren qué insulsa es una que no puedo dejar de pensar a quién le doy el papel de Paul Newman y quién hace de Robert Redford. Así es “El Golpe”. Hagan sus apuestas. @layoyoba

La burrita Catalina

20/10/2017 - 
Quizá muchos de ustedes la conocieron pero hasta hace poco yo no sabía cómo se llamaba. Ni siquiera si tenía nombre. Pero la eché de menos cuando en su balcón callejero apareció una malla verde que ocultaba el patio de su recreo. Durante mucho tiempo, pasaras a la hora que pasaras, ella estaba allí, asomada a su mirador de tela metálica como esa vecina cotilla a quien no se le escapa nada de lo que pasa en su barrio. Era la atracción de la Albufereta. Un personaje que formará parte de la infancia de muchos alicantinos cuando pasen los años y a unos les salga barba y  a las otras les crezcan las tetas.
Cada generación tiene sus referentes infantiles, reales o televisivos, que los atan a un tiempo y a un lugar. Locomotoro y el capitán Tan, el Negre Lloma, Espinete, el Barrachina que “porta la fava calenta”, Son Goku, Novita, Copito de Nieve, Pepa Pig o la burrita Catalina. Pero Catalina no habitaba en los cuentos ni en las pantallas del televisor donde solo dejan mirar, donde la acción viene determinada por la fabulación de los guionistas. Catalina permitía que la tocaras, que la olieras, que le hablaras, que la vivieras, porque era de carne y hueso. Imprevisible, esquiva, zalamera o juguetona, que acudía a los reclamos o no, según tuviera el día y el estómago.
Su casa estaba en la parcela delantera de uno de los restaurantes familiares más señeros de Alicante, Casa Filo, en pie desde los años 50, que ha resistido como una jabata el boom inmobiliario que acabó con la huerta alicantina. Sus dueños la rescataron en 2008 de un lugar donde no era bien tratada y pronto se convirtió en un símbolo del barrio. Hasta su valla llegaban puntualmente familias enteras con zanahorias partidas a trozos pequeños para que los niños pudieran darle de comer a través de los agujeros de la tela metálica. A Catalina no le hacían falta esas merendolas diarias a la salida del colegio porque estaba bien alimentada con alfalfa, avena, maiz y agua fresca. Bien vacunada, bien cepillada y con las pezuñas recortadas periódicamente para que no le hicieran daño en las patas. Lo contaba ella misma en su página de facebook www.facebook.com/LaBurritaCatalina/ donde colgaba fotografías, videos y recibía mensajes de sus fans como cualquier estrella del pop.
Pero, ay, a Catalina le perdían las chucherías que compartía con sus amigos. Los bollos rellenos de chocolate, los bocadillos de chorizo, los caramelos y las gominolas con que la obsequiaban los niños del barrio, en un ejercicio de cortesía, cuando iban a visitarla por tandas a su valla. Los fines de semana había que repartir números para poder departir un rato con ella, que se esforzaba en atender a todos como se merecían. Así, hasta que hace un año anunció que se retiraba por motivos de salud. Tantos atracones le habían producido bultos de grasa en el cuello. Sus dueños se alertaron y comenzaron a buscarle un sitio mejor para vivir. Ya no jugaría al fútbol con una pelota pinchada ni se refrescaría a la sombra del almendro ni recibiría a sus amigos de cinco a siete, pero sería feliz de otra manera.
En el lugar donde retozaba Catalina ya no hay niños apostados para merendar con su mascota. Ahora se puede ver un telón verde que anuncia el final de la función porque la protagonista ha pasado a mejor vida. Pero no, no se ha muerto. Solo se ha mudado a una granja entre Petrer y Villena donde convive con sus iguales. Y está preñada. @layoyoba

Canción urgente para Catalunya

6/10/2017 - 
Uno, dos, tres. Cuento hasta tres y respiro.
Algo debo haber hecho mal para deambular por esta tierra de nadie donde acechan los francotiradores. Cruzar trincheras es un ejercicio peligroso. Siempre lo ha sido. Mi naturaleza empática se está desmoronando por momentos. La violencia gratuita ha conseguido que tome partido, que lo haga desde las entrañas. Y sé que eso es mal asunto. Pensar es más productivo que sentir, pero ahora mismo no estoy en condiciones.
Cuatro, cinco, seis. Cuento tres veces más y respiro.
No recuerdo bien cuándo se produjo en mí la metamorfosis. Oigo decir por ahí que ahora le llaman adoctrinamiento. Quizá tengan razón y no sea consciente del catecismo que me inocularon a pequeñas dosis sin que yo me percatara a tiempo. Mi viaje vital por Barcelona comenzó en Bellvitge, pasó por el Clot, por Cerdanyola, por Horta y acabó en Consell de Cent, en pleno Eixample. Tal vez este recorrido no fuera tan casual como parecía. La primera dosis de caramelos envenenados la debí de tomar cuando escuché por primera vez la Laura de Lluis Llach que cantaban como un himno mis compañeras de piso. “Avui que puc fer una cançó, recordo quan vas arribar...” me dio la bienvenida a un país y a una lengua totalmente desconocidos..
Seis, cinco, cuatro. Relájate. Recuerda.
Mi adolescencia se forjó con los acordes del Hilario Camacho que quería subir al cielo por sumas de escaleras. Con los fandangos revolucionarios de El Cabrero. Con el andalucismo acústico de Triana. Pero no sabía nada de “estacas” ni de “caras al vent” que eran la banda sonora de otros jóvenes con quienes compartía sueños pero no idioma. En los años ochenta yo estaba más interesada en la lucha sandinista que en la catalanista pero eso no me impidió abrir bien los ojos y los oídos. La UAB era un reducto de rojos catalanistas donde me obligaron a cursar lengua castellana (no, no me he equivocado), donde me permitieron escoger el idioma en que quería recibir cada asignatura, donde me enseñaron que las mujeres, los negros, los niños y los pobres eran los grandes ausentes de la historia (gracias Amparo Moreno), donde me enseñaron que Al-Andalus fue un territorio próspero, culto y tolerante. Una herejía en toda regla para alguien a quien habían repetido hasta la saciedad las proezas de los reyes católicos. Poco a poco me fui dando cuenta de que la España que aparecía en mis libros de historia me la habían contado siempre los vencedores. Pero que había otras. No me adoctrinaron, simplemente me mostraron otras perspectivas. En la facultad me enseñaron muchas cosas, excepto catalán. Eso lo aprendí yo solita. Para poder leer a Martí i Pol sin traductores, para cantar todas las canciones de Serrat y no solo la mitad, para que mis compañeros dejaran de cambiar de lengua cada vez que se dirigían a mi. He de reconocer que esto último no lo conseguí hasta mucho tiempo después. Cataluña me abrazó, me cantó, me formó y yo me marché sin darle las gracias.
Tres, dos, uno. Expúlsalo ya.
Las gracias públicamente. Si no lo hiciera, mi silencio sería cómplice de tanta mentira publicada, de tanto odio maquillado de estricta legalidad y estado de derecho. Más allá de los rifirrafes políticos, de las DUI, de todos los errores cometidos en el fragor de la refriega parlamentaria, no puedo sino abrazarlos fuerte, compartir con ellos esa resistencia pacífica y dejarme apalear, si hace falta, por quienes creen que siempre tienen la razón y la ejercen en nombre de la ley. Ya está. Ya lo he dicho. Mi madre está preocupada por mí. Me llama cada tarde para ver cómo estoy. Ahora mejor, mamá, acabo de vomitar muchas tertulias intoxicadoras. Me habían sentado mal. @layoyoba

Los supervivientes


8/09/2017 - 
Venimos de una raza de supervivientes. Yo no sé ustedes, pero yo estoy aquí escribiendo estas líneas porque mis abuelos sobrevivieron a una guerra civil que diezmó la población española tras un golpe de estado militar. Luego superaron las hambrunas y el miedo, se escaparon de las delaciones acostumbrándose al silencio por decreto y al “arriba España” con el brazo en alto solo para proteger la hacienda y la familia. Resistieron cuanto pudieron la podredumbre de la dictadura para que mis padres comieran caliente cada día, para que fueran a la escuela, se enamoraran y me engendraran. Es un verdadero milagro que muchos de nosotros hayamos llegado a donde estamos, casi indemnes, después de atravesar el siglo más violento de la historia de la humanidad. Los que ya hemos aterrizado en la cincuentena también tenemos alma de supervivientes. Cada uno a su manera, con infinidad de pequeñas batallas ganadas a su propia vida, pero sintiéndonos partícipes de una misma generación.
Mi generación es la que superó con éxito la EGB en libros prestados y la que probó la nauseabunda leche en polvo de los americanos. La que aguantó estoicamente la formación del espíritu nacional y aprendió a cantar de corrido la letra de un himno nacional que ahora no tiene letra. Sobrevivimos al festival de Eurovisión, al de Benidorm y al de la OTI en televisores en blanco y negro sin estéreo ni alta fidelidad. El mismo televisor, a veces comunitario, en el que vimos cómo enterraban al dictador con gran boato mientras disfrutábamos de tres días de vacaciones en el colegio. Somos los que pasamos de puntillas por una Transición  cuya sombra se está haciendo demasiado larga. Somos hijos de la guerra del Vietnam y de la guerra fría, de Bob Dylan y del Che Guevara. Hemos asistido a la desaparición de un mundo bipolar con teléfonos rojos que volaban hacia Moscú y donde existían países que ya no aparecen en los actuales mapamundi. Hemos saltado simbólicamente el Muro de Berlín sin importarnos si  nuestros  actos estaban dentro de la legalidad vigente. También somos los que hemos comprobado que debajo del asfalto no estaba la playa, como nos habían prometido.  Los que hemos cambiado la paz y el amor libre por la mercadotecnica de la moda adlib Ibiza. 
Mi generación es la que ha sobrevivido al SIDA aunque nos haya costado mucho dolor. La que ha cabalgado a lomos de un caballo llamado muerte del que muchos no supieron bajarse a tiempo. La que ha presenciado en directo cuán aciago puede ser un 23F, un 11S, un 11M o un 17A y otros delirios humanos sin fecha definida: el genocidio de los Balcanes o el de Ruanda, las intifadas y sus represalias, los feminicidios, las guerras en Irak, el yihadismo...
Los que hemos sobrevivido aún no estamos a salvo de nada. Hay que luchar cada día para no sucumbir ante el abismo de las nuevas tecnologías de la comunicación que nos amenazan con abandonarnos en las cunetas heridos por la brecha digital. Hemos de vacunarnos contra la corrupción que nos acecha como una pandemia que se propaga con rapidez por las instituciones de cualquier latitud y de cualquier color. Hemos de gritar bien alto cuando no nos representen. Pero los que hemos llegado hasta aquí nunca podríamos imaginarnos que nuestro futuro esté en manos de unos locos con carné. Ya me dirán si no es una lástima haber resistido tanto para acabar muriendo por un simple hongo. Nuclear. @layoyoba

Septiembre


1/09/2017 - 
El día que se iban los autos de choque se acababa el verano. Por más años que pasen, mediado agosto vuelve a mi memoria ese regusto a soledad, a fin de fiesta, que sentía cuando los feriantes abandonaban el pueblo con todas sus atracciones rumbo a otras ferias vecinas. La plaza aparecía desnuda sin la pista de los cochecitos que interrumpía el paso a la iglesia y al ayuntamiento. Sorda, sin el sonido del claxon que marcaba el inicio y el final de cada viaje. Sin las canciones del verano que atronaban el pueblo a través de los altavoces de la pista. Todo el dinero que me daban mi madre y mi abuela iba a parar a una ranura mágica situada en el capó del coche donde se introducían unas fichas gordas, amarillentas y pegajosas que ponían en marcha el vehículo. La duración del viaje se regía por las reglas de la oferta y la demanda. Mis primeras lecciones de economía neoliberal consistieron en saber cuándo los viajes eran más largos. Segunda, asociarse con una amiga para comprar bonos de seis viajes al precio de cinco. Tercera, hacerse amiga del feriante. Y la cuarta, cuando ya estabas sin blanca, esperar en los aledaños de la pista con la mejor de las sonrisas a ver si alguien te invitaba a subir de copiloto. Las más guapas se pasaban el día montadas en los autos de choque sin necesidad de hacer autostop. Más o menos como siempre. A mí me daba miedo subir en marcha así que pocas veces aceptaba las proposiciones que casi nunca eran gratis. Los chicos se creían con derecho a echarte el brazo por encima de los hombros mientras conducían con una sola mano en plan chulito. Como si hubieras pasado a ser de su propiedad por el módico precio de una ficha. Sin embargo, cuando se producía ese momento maravilloso en que el mozo por quien bebías los vientos aquel verano te invitaba a subir y te abrazaba suavemente para protegerte de los golpes, toda la felicidad del mundo se concentraba en aquel pequeño artilugio metalizado de colores brillantes. Subir a ese coche era lo más parecido a una declaración de amor. Y eso que lo de ir de copiloto no lo llevaba demasiado bien. Lo que a mi gustaba era conducir. Hacia delante, luego parar en seco girando el volante y marchar hacia atrás demostrando mi pericia sin chocarme con otros coches. Esquivando cafres que mostraban sus pasiones adolescentes embistiendo de frente hasta hacerte saltar del asiento y llenándote el cuerpo de moratones. Heridas que trazaban mapas azules en la piel. Rescoldos de una guerra veraniega que te amarilleaban los muslos al aire hasta que los pantalones largos volvían a ocupar un lugar predominante en el ropero. A mediados de agosto ya era septiembre, aunque no lloviera. 
Ahora los finales de verano ya no vienen marcados por la marcha de los feriantes. Los que se van son los turistas, las madrugadas sofocantes, los gintónics a la fresca, las opíparas cenas salpimentadas de risas, Trivial 90 y spotify. La regadera navega en la tinaja desbordada por las intensas lluvias de los últimos días. Ya no hace falta regar cada atardecer. Las lagartijas de la terraza se han despedido a la francesa. Y a partir de hoy, el despertador del teléfono móvil vuelve a estar activado. Septiembre. @layoyoba

De concursos y concursantes


4/08/2017 - 
Los concursos de televisión son un excelente escaparate donde se pueden observar las aptitudes humanas más apreciadas por cada sociedad en cada momento. En los inicios de este género televisivo, cuando TVE era la única cadena posible, los programas buscaban perfiles de concursantes ilustrados a quienes admirar por sus vastos conocimientos en disciplinas ahora totalmente en desuso dentro de los medios de comunicación como las matemáticas, la geografía, la literatura, la filosofía, el cine e incluso el latín.  Entonces competían los mejores, tanto en modalidad individual como de forma colectiva. Los que nacimos con las pantallas en blanco y negro aún recordamos “Un millón para el mejor” o “Cesta y punto”, donde las preguntas no se las saltaba un galgo. Igual pasaba con los tertulianos, que eran escogidos por su talla intelectual y no por su histrionismo omnisciente de pacotilla para ver quién la lía más parda. Una vez me dijo Rosa Mª Calaf que ella rechaza siempre ir a tertulias donde se habla sin pudor de lo humano y lo divino porque no estaba capacitada para abarcar tantos temas con solvencia. No como Inda, que es una “enciclopedia” con patas. O con patillas, para ser más exactos. 
Pero siguiendo con los concursos y su deriva hacia el show televisivo, llegamos a Chicho Ibáñez Serrador y su “Un, dos, tres, responda otra vez”, un modelo híbrido de conocimientos culturales más espectáculo televisivo que marcó un antes y un después en la percepción social de la figura del concursante. Para ganar el premio ya no había que ser el más culto sino el más espabilado o el más intuitivo. El último escalón de esta degradación televisiva está a reventar de concursantes insulsos dispuestos a todo para llevarse un botín que solo requiere maestría en técnicas de edredoning, palabrería barata, peleas barriobajeras o supervivencia de cartón piedra. La telerrealidad ha colonizado los concursos en todas sus versiones y se ha adueñado del prime time, desde El juego de la oca, OT, GH, Master Chef, El grand prix, Supervivientes o Pekín Exprés. Incluso hay empresas especializadas en castings para encontrar estos nuevos perfiles de concursantes que lo mismo te pegan una “yoya”, que se casan por la audiencia o que se confiesan ante el Gran Hermano aunque no tengan ni idea de quién es Orwell ni puñetera falta que les hace. Si la televisión es un reflejo de la sociedad que la produce y que la consume, nos encontramos en un momento donde se encumbra al tonto del pueblo y se lo saca en procesión de programa en programa. La lectura es bien fácil: “dame pan y dime tonto”.
No obstante, aún quedan concursos de la vieja escuela, los denominados quiz show, donde se valoran los conocimientos, la memoria y la habilidad mental de los concursantes. Yo me reconozco una fiel seguidora de Saber y Ganar, en La 2 y de Boom, en Antena 3. Es como jugar al trivial entre amigos pero con premios en metálico. Y lo soy aún más desde que mi amigo Valentín Ferrero, uno de los integrantes del equipo de los Lobos de Boom,  ha entrado a formar parte de ese selecto grupo de concursantes eruditos que nos dejan con la boca abierta cada tarde frente a la pantalla del televisor. Valentín es pedagogo, licenciado en Bellas Artes, experto en género, deportista multidisciplinar y “más que un hombre al uso que sabe su doctrina, es, en el buen sentido de la palabra, bueno”, que diría Machado. Con ese currículum profesional y vital, tenía todas las papeletas para verse desterrado al ostracismo en una sociedad que solo valora los oropeles de la ingeniería financiera, la rentabilidad a corto plazo y el maniqueísmo más simplista. La cultura es un dispendio que no da para vivir con holgura a quienes la cultivan. Menos mal que hay concursos que en cuarenta y cinco minutos de grabación son más rentables que un año dando clases. Sin embargo, no deja de ser una paradoja que un profesor universitario se gane mejor la vida como concursante que como docente. Cosas que pasan. 

La lista del verano

28/07/2017 - 
El sábado fui al mercadillo de Babel y me compré una pamela. Tal cual. La estrené allí mismo para dar la bienvenida a un verano que hasta ahora solo se había dejado notar en el calendario y en el termómetro, pero sin interferir un ápice en mi rutina vital. Mis propósitos estivales suelo escribirlos en una lista, como las que confecciona mi colega Eduard Aguilar en la columna de los jueves, para comprobar la endeblez de mi voluntad cuando llegue septiembre. No soy de fiar, ya os lo advierto. Mis intenciones son buenas. En primer lugar, pretendo sustituir la máquina del aire acondicionado por la brisa marina, que es más sana, más barata y más igualitaria. El segundo punto es bajar a la piscina. Hace años que no lo hago. Desde que la niña aprendió a nadar. Aun me resiento de aquellas interminables siestas debajo de una sombrilla mientras ella y el resto de su pandilla se tiraban al agua como bombas de racimo indiscriminadas que aplastaban a quien se interpusiera en su trayectoria aeroacuática.  Pero este año le he prometido a mi marido que le acompañaré. No importa si se han detectado en el césped hormigas que dan bocados en los pies. También asumiré los pelotazos que me correspondan del grupo de chavales que convierten la piscina en una cancha de waterfútbol.  Es la penitencia por las bombas de racimo de antaño.  Lo de ir a la playa sin rechistar es el punto más duro de la lista. Con hacer los preparativos ya me canso. 
La hamaca de cuerpo entero, la toalla, la nevera, los bocadillos, la sombrilla, el protector solar, la radio, el libro, el pareo, el peine, la pamela, el aparcamiento…y buscar una orilla despejada donde no te conozca nadie. Y eso sin contar la depilación integral, la pedicura a la francesa y unas gafas de sol graduadas que te permitan otear al mismo tiempo la línea del horizonte y la de la novela que tienes a medio leer.  Y luego está la arena, que se te pega a la piel como un chicle y aparece intacta en el salón de tu casa cuando regresas mucho más cansada de lo que saliste por la mañana. Otro de los puntos imprescindibles de mi lista veraniega es la lectura. Literatura de ficción, porque de ensayos, manuales y trabajos finales de grado ya tengo el cupo completo. El otro día me compré cinco novelas para pasar el verano, pero necesitaré repuestos. Es mi manera de viajar en el tiempo y en el espacio sin moverme de casa. Este año mi destino principal es Barcelona. La Barcelona de los años 40, de los años 60, del siglo XIV y del XVIII. 
Además haré una incursión en el Antiguo Egipto de la mano de Sinuhé el egipcio a quien ya conocí otro estío lejano durante mi adolescencia, cuando la playa era un coto vedado para gente con posibles o para ribereños autóctonos. También he incluido, por prescripción marital, paseos vespertinos por el Cabo. Y luego están los momentos terraza al anochecer cuando se ilumina Tabarca en el horizonte. 
Para esos ratos he confeccionado mi lista de spotify, con canciones de ayer y de hoy. Moustaki, India Martínez, Pablo Milanés, Lole y Manuel, Triana, Golpes Bajos, Jacques Brel, Elvis, Smith, Manel, El Diluvi, Sopa de Cabra, Serrat, François Lallane… Y entre canción y canción, partidas de trivial en la madrugada hasta que se nuble el entendimiento. Habrán visto que hay puntos irreconciliables. El de la terraza de madrugada y el de la excursión matutina a la playa no casan muy bien. Esto es como en los convenios colectivos, que siempre se incluyen puntos que se sabe que no se  van a cumplir. Solo se ponen para negociar. @layoyoba

Se alquilan hembras por piezas


7/07/2017 - 
Las hembras hemos sido mercancía desde que el mundo es un mercado. Carne comprada o alquilada, al por mayor o por piezas según las necesidades de la clientela y las costumbres de la época.  Un producto básico del mercadeo más extendido en todas las latitudes y todos los tiempos. Tradicionalmente, la venta se realizaba por piezas completas mediante un contrato tipo llamado matrimonio, civil o religioso, por el que una mujer pasaba a ser propiedad del marido adquiriendo ésta la categoría de esposa.  Esposa: pareja de manillas unidas entre sí con las que se aprisionan las muñecas de alguien. La RAE, siempre tan elocuente. Las cláusulas de dicho contrato son bien conocidas.  El marido se comprometía a dar cobijo y a alimentar a la mujer a cambio de explotarla como asistenta doméstica interna “full time” y como procreadora oficial de su prole. Todas las religiones que han intentado legislar desde los cielos han bendecido este negocio secular y le han puesto nombre. Lo llaman familia y sobre ella han constituido y regulado la sociedad “civilizada”. Todos los que pretendan socavarla, malditos sean. No obstante, en esa compra-venta legalizada de carne femenina también existen variaciones en función del nivel adquisitivo del comprador, del entorno social del que procede la mercancía o de la buena calidad del producto. Reinas y plebeyas nunca han tenido el mismo precio. En el peor de los casos apenas somos obsequios, donativos o botines de guerra. Y si no cumplimos nuestro cometido se nos sustituye, se nos repudia o se nos mata. 
Ustedes me perdonarán este disfraz de Cruella de Vil con el que maquillo cualquier atisbo de amor romántico en mis reflexiones y lo sustituyo por este ramalazo de capitalismo salvaje que acecha a las relaciones humanas. No creo en la generosidad ni en el altruismo que enarbolan aquellos que defienden la necesidad de regular este nuevo mercado de despiece femenino producto del avance de la ciencia: el de los vientres de alquiler. Tengo la certeza de que si existe la más mínima posibilidad de negocio, habrá mercaderes o piratas sin escrúpulos que harán tratos con nuestros úteros. No es nada nuevo, solo es más moderno. A las mujeres se nos ha comprado o alquilado enteras o por partes. Han comerciado con nuestras vaginas, con nuestros pechos y ahora también pretenden arrendar nuestros vientres. Regular ese mercado no es fácil. Miren la cantidad de años que llevamos buscando soluciones para eliminar la prostitución. En cualquier caso, para que la regulación o la prohibición de la gestación subrogada fueran efectivas debería existir un consenso global y no leyes de aplicación exclusivamente territorial que se pueden esquivar con un billete de avión en clase turista. No obstante, considero que éste es un problema que solo preocupa a un mundo donde habitan ricos caprichosos que desean a toda costa perpetuarse con sangre de su sangre ya que existen otras maneras de tener hijos sin parirlos. La adopción es una de ellas, la más generosa de todas, la más altruista pero, al parecer, no es suficiente. Sospecho que la ciencia también está preparada para clonar seres humanos o deben estar muy cerca de conseguirlo si estuviera permitido. Sin embargo, razones éticas impiden el uso de esa técnica como vía reproductiva. Y si somos capaces de fabricar piel y órganos con impresoras 3D, ¿cuánto tiempo creen que falta para construir úteros que alojen un feto durante su gestación?  Esa sería una solución para no seguir comerciando con el cuerpo de las mujeres. Primero, un  buen robot sexual para acabar con la prostitución. Luego,  una fecundación in vitro y un útero artificial para comprarse hijos a medida. Alguien me dirá que entonces las mujeres seríamos totalmente prescindibles. Solo las hembras ricas; las pobres seguirían pariendo a pelo y con dolor. @layoyoba

El castellano que se supone


30/06/2017 - 
La Lley d’Ús i Ensenyament del Valencià es uno de los grandes fracasos educativos y sociales de la Comunitat Valenciana. Así, sin más paños calientes. Hace casi 34 años que se promulgó con la finalidad última de que toda la población valenciana fuera competente en las dos lenguas oficiales y que pudiera expresarse libremente en la que quisiera. Claro que el concepto de libertad lleva implícita la posibilidad de elección y solo se puede elegir si se conocen ambas lenguas por igual. De cualquier otra manera no hay elección posible porque uno se ve condicionado por la incompetencia lingüística en uno de los dos idiomas.  Pero esta Llei nació ya con vocación de Cenicienta a la que todos esconden el zapato de cristal para que nunca llegue a convertirse en princesa. Si hubiera sido efectiva, todos los menores de 30 años que han estudiado en nuestra Comunitat  hablarían con fluidez castellano y valenciano y este asunto no despertaría el más mínimo interés. Tampoco sería necesario recurrir a un examen especial que acredite los conocimientos de valenciano porque ningún estamento oficial requiere esa misma prueba para comprobar que se domina la lengua castellana.
Parece que a los valencianos, el castellano se les supone como se les suponía el valor a quienes finalizaban el servicio militar, mientras que el nivel de conocimiento de la otra lengua autóctona se tiene que acreditar de manera oral y escrita. Y eso es mucho suponer. Para evitar agravios comparativos se debería exigir una prueba similar que justifique también el  perfecto conocimiento del castellano. Ya veríamos  cuántos de los que se quejan por no superar los exámenes de los niveles medio y superior de valenciano aprobarían esos mismos en castellano. Sin faltas de ortografía ni errores gramaticales, con variedad de léxico, diversidad en el uso de conectores, corrección en el empleo de tiempos verbales como el maltratado gerundio  y con un discurso bien estructurado en registros formales y cultos. Sospecho que nos llevaríamos una desagradable sorpresa. Es relativamente frecuente escuchar comentarios de personas cuya lengua materna es el valenciano quejándose por haber suspendido el examen de la Junta Qualificadora. Conciben el uso vulgar de una lengua como una patente de corso que convalida su competencia lingüística, incluso para enseñarla a otros. Como si mi madre, con sus estudios elementales y su andaluz de calle, se creyera capacitada para dar clases de español amparándose en que es su lengua materna. Nadie cuestiona que se exijan certificaciones de conocimiento de lenguas extranjeras para acceder a cualquier puesto de trabajo en la Administración o en la empresa privada. Hace poco vi un anuncio en el que se pedía el nivel B2 de inglés para un puesto de chófer en un rent a car de Alicante.  Si llegan a exigir el mismo nivel de valenciano, algún diario lo habría llevado a titulares y todo…
Lo mismo ocurre con los certificados de españolidad. Para optar a la nacionalidad, no solo te hacen un examen de castellano, sino también de historia, de política y de actualidad.  Y, o mucho me equivoco, o una inmensa mayoría de españolitos con su dni en la cartera no superarían una prueba que pregunta por la duración del mandato del Defensor del Pueblo o por cuántos ciudadanos deben respaldar una iniciativa legislativa para poder presentar una proposición de ley. Así que, si la Generalitat exige que se acredite la competencia lingüística en valenciano después de más de 30 años enseñando esa lengua en los colegios es que algo no han hecho bien. Y puede que no solo en la enseñanza del valenciano porque como se metan en medir el conocimiento del castellano, aquí va arder Troya. Pues que arda, así no nos quemamos siempre los mismos. 

Me duele Portugal

23/06/2017 - 
Me duele Portugal. Es un dolor subliminal que emerge de algún rincón donde se guardan los recuerdos de la infancia. De esos dolores cuya existencia ignoras hasta que no te golpean en la boca del estómago deforma abrupta. Los lamentos en portugués de gente tan parecida a nosotros que lo ha perdido todo tras un devastador incendio forestal  me ha traído de vuelta a la memoria la estima latente por un pueblo que ha vivido siempre a nuestro lado y en el que hemos reparado poco. Soy consciente de la prepotencia con la que los españoles hemos tratado a nuestros vecinos portugueses durante siglos. La típica conmiseración delos supuestos parientes ricos hacia los miembros más pobres de la familia. Un complejo de superioridad mal entendido con el que nos hemos resarcido de otras humillaciones llegadas allende los Pirineos. “Mientes más que un portugués”, esuno de esos dichos populares que reflejan la desconfianza hacia el vecino.  Sin embargo, esa frontera lingüística, horaria y, hasta hace poco, monetaria nunca fue un obstáculo para las relaciones humanas a un lado y otro de los puestos fronterizos, desde Andalucíaa Galicia. Los que hemos nacido y crecido en la Raya lo sabemos bien.

Portugal nos alimentó, a pesar de los dictadores que campaban a ambos lados de la frontera, durante los años del hambre. El estraperlo de pan, café, tabaco o piedras de mechero salvó a muchas familias, entre ellas la mía, de la miseria generalizada de la postguerra. Luego las tornas giraron y fueron los portugueses quienes ayudaron a amasar fortunas al pequeño comercio local de los pueblos fronterizos. A la entrada del mío, lindando con en Baixo Alentejo,  se instaló una gran valla publicitaria de Casa Emilio donde se anunciaban “rebuçados y bolachas”, palabras de sabor y sonido extremadamente dulces que se introdujeron en los diccionarios de la frontera sin pedir permiso a las academias. En la década de los setenta se exportaban auténticos alijos de “prato se copos de Pyrex” que cruzaban la Raya rumbo a Portugal para alojar manjares autóctonos como las “enzapatadas, el porco à alentejana, el frango à piri-piri olas quejadas”.  Las tiendas españolasolían a bacalao seco que los vecinos portugueses se llevaban por kilos esquivando los registros selectivos de los guardinhas.  Nosotros, los españoles,  nos sumergíamos en sus bazares amalgamados d etoallas, albornoces, mantelerías de diario, platos de cerámica y gallos del tiempo que coronaban los televisores de las casas modestas. El café, el buen café en grano procedente de las colonias africanas seguía siendo un artículo de lujo con el que obsequiar al médico y al maestro por Navidad. A pesar de la proximidad física, para los chavales de la Raya, Portugal era un país exótico donde había negros. Policías negros, que era lo más de lo más. Aprendimos afarfullar sus canciones “nos campos cantavam os grilos, e os galos no seu galinheiro, nos campos cantavam os grilos, gri - gri, gri - gri,  seu amor primeiro” en noches de borracheras compartidas. Ellos, en cambio, hablaban muy buen español pero entonaban los fandangos como si fueran belgas. Casi todas las chicas de mi generación hemos tenido algún amor portugués, porque mira que son guapos los condenados, levantando la ira colectiva de la muchachada patria que aprovechaba cualquier partido de fútbol internacional a pequeña escala para ajustar cuentas pendientes con los robac orazones lusos. Desde que desaparecieron las aduanas que ponían hora de cierre entre los dos países, proliferaron las parejas mixtas porque el amor no entiende de fronteras.
Todo eso ha vuelto a mi memoria tras ver las imágenes de una carretera abrasada por las llamas donde han muerto decenas de personas y de “bombeiros voluntários” extenuados sobre un palmo de tierra. Pero sobre todo, después de escuchar a una anciana llorar con el desconsuelo de quien lo ha perdido todo menos la vida. Me duele Portugal, decía. Me duele mucho y muy adentro. Sé que es un sentimiento compartido y me reconforta que lo hagamos público después de tantos años de olvido. Nunca es tarde para decirles que les queremos. Se lo merecen. @layoyoba.

Las canciones del verano


9/06/2017 - 
Olvídense de Marty McFly y su máquina para viajar en el tiempo. La manera más rápida para trasladarse a otras dimensiones temporales es la música. Un recurso sonoro, prolíficamente utilizado por los medios audiovisuales, que traspasa fronteras y relojes sin moverte ni un milímetro. Apenas se requieren unos acordes para revivir escenas de cualquier tiempo pasado, para alborotar emociones que salen a flote sin pedirte permiso. Incluso a traición. Cada momento de nuestras vidas aparece asociado a una melodía o a varias. A mí me pasa. Es oler la pólvora de les Fogueres y ya comienzo a canturrear Gimme Hope Jo'anna un himno reggae contra el apartheid que popularizara Eddie Grant en 1988. Entre Soweto y la Plaza de los Luceros apenas hay una canción. La única asociación posible radica en algún secreto lugar de mi cerebro. Es la música que desprendían las calles de Alicante el año que conocí les fogueres. Un ritmo caribeño que impregnó para siempre mi memoria de ninots, mascletades y noches tórridas de abanicos y besos.
Qué descubrimiento, toda la ciudad reventada de verbenas. Podías cruzar Alicante bailando sin parar de racó en racó, de barraca en barraca, como alma que lleva San Vito. Esos fueron los años de esplendor de la difunta Barraca Popular, un espacio municipal altamente recuperable, que se convirtió en el centro neurálgico de la fiesta. “Rufino, me lleva a comer langostino…”, se desgañitaba Luz Casal.  Por allí, por la Popular,  pasaba gente de todo pelaje: artistas de moda, adolescentes fugados de los controles parentales, transeúntes que no sabían dónde poner el huevo, bailones de asfalto, buscadores de rollos al por menor o tribus urbanas que bajaban de los barrios en desbandada. “Marta tiene un marcapasos…”, Los Hombres G defendieron a capa y espada su puesto de privilegio en los top de muchos veranos… El reservado  era el hábitat natural de políticos, periodistas, empresarios, gorrones  y otra gente de mal vivir que alternaban bailoteos y confidencias off de récord de las que luego se nutrirían las escuálidas agendas mediáticas estivales. Luego, el ayuntamiento delegó  sus funciones  en “botellones populares”  patrocinados por diarios y emisoras de radio y desapareció ese componente multigeneracional de la barraca municipal.
En otros tiempos, Rosita Amores o el Titi calentaban los escenarios con su desparpajo verbal, pero en los años noventa ya no estaban para bolos. Sin embargo aún se podían ver y escuchar orquestas de nombres exóticos, vocalistas vestidas de oropel y transparencias, bailarinas uniformadas con minifaldas multicolores y algún guitarrista desmelenado sobre los escenarios de las barracas más rumbosas. Una de las que hacía furor entre la juventud “alternativa” de la época, era La ovejita paranoica, un “rebaño músico-vocal” de la terreta que lo mismo se atrevía con “La manta al coll i el cabasset”, “ La Explanada es un sitio fantástico…”, la Ligia Elena que se fugó con un trompetista de la vecindad, la “orxatera valenciana” o con el Pedro Navaja a quien la vida le daba sorpresas. La paranoia de la ovejita estaba amenizada por Nico Beltrán, Patri y Eva, entre otros, y tenían una legión de incondicionales que le seguían la marcha allá donde fueran. 
Más recientemente, la banda sonora de les fogueres ha sucumbido a los karaokes y las discos móviles, mucho más baratas y que no necesitan hacer descansos. Son noches de “La Macarena”, “Que la detengan, que es una mentirosa…”, “Aserejé de je…”, “Tengo un tractor amarillo…” y tantas otras canciones de usar y tirar, como la “Mayonesa…” que marcan el inicio de nuestros veranos; los pasodobles y la salsa se han reconvertido en reguetón. Y ya no se baila, se “perrea”. A  ver cuál es la sintonía de este año, aunque todo apunta a “Despasito…”. Menos mal que siempre nos quedará Paquito, el chocolatero. 

Ese dulce aroma a talento


1/06/2017 - 
Cuando una opta por dedicase a la enseñanza nunca sabe si será capaz de transmitir a sus alumnos todos los conocimientos y experiencias acumuladas y sobre todo, la pasión por una profesión, el periodismo, que navega en aguas turbulentas. Durante las noches de insomnio, el miedo al fracaso se te pega a la piel como un chicle bien masticado. El feedback no llega de manera inmediata. Se trabaja con un material humano muy sensible cuyo resultado final tarda en comprobarse porque depende de muchos factores externos que escapan a nuestro control, incluida la suerte. Pero el talento es un aroma que se percibe apenas pasan por tu lado algunos jóvenes con ansias de comerse el mundo. El mérito de los profesores solo consiste en ayudar a destapar el frasco para que lo huelan los demás. 
Una vez le dije a una alumna de periodismo de la UMH, y ella me lo recordó no hace mucho, que debería dedicarse más a la literatura que a un periodismo encorsetado por la actualidad. Que su manera de escribir no cabía en titulares, ni siquiera en textos a cinco columnas. Entonces no se lo tomó muy bien, creo. Hoy me enorgullece encontrarla firmando su segundo libro en la feria de Madrid. Debutó con “Heridas del viento”, una crónica sentimental de su vida en Armenia. Ahora, en “Quién te cerrará los ojos” retrata con mirada casi impresionista la soledad de los pueblos agonizantes de España. Apúntense el nombre de Virginia Mendoza en sus agendas porque mujeres como ella iluminan el futuro de la literatura en castellano. Solo por haber detectado su talento cuando apenas era un brote recién germinado merece la pena dedicarse a la docencia. Pero no es la única.
Miguel Ángel Rives se pasó todo un sábado por la noche rondando a las prostitutas que se apostan en rotondas de la Vega Baja para escribir su primera práctica de reportaje. Tenía apenas veinte años. Xavi Martínez me emocionó hasta los tuétanos contando cómo languidecían los viñedos del Vinalopó porque los hijos no se reconocían en ese legado de amor por la tierra que heredaban de sus mayores. Claudia Fernández tenía la voz más bonita que yo había oído desde que Juana Ginzo abandonara las radionovelas de mi infancia. “Deberías ganarte la vida con esta voz”, le dije. Cuando acabó Comunicación Audiovisual en Ciudad de la Luz, estudió doblaje en Barcelona y hoy se gana la vida con ella. A Rubén Ferrández se le veía de lejos su espíritu emprendedor. Era capaz de vender arena en el desierto. Y a Carlos Salado, un alma tan libre cual judío errante, no le hacía falta venir a clase para inocularte su veneno creativo. Cualquiera que le viera por la calle, con su melena por la cintura, su tintineo de collares y ese andar cansino que le caracteriza, cruzaría de acera por si acaso. Pero su ingenio rebosaba cualquier botella. Todos lo sabíamos. Ambos se han colado en el nuevo panorama cinematográfico español buscando fórmulas imaginativas fuera de la tiranía de los exhibidores y han resucitado el género “neoquinqui” con su película “Criando ratas” que han visto millones de personas en Internet.
Y tantos otros. Lorena Escandell y Noemí López Trujillo que practican un periodismo feminista sin complejos ni mordazas. Salvador Campello, a quien Tele Elx se le está quedando pequeña. Pablo González, que respira atrevimiento por los cuatro costados desde que colocó una silla en lugares emblemáticos de Alicante para entrevistar por su cuenta y riesgo a los candidatos de las elecciones municipales. “Échale un vistazo, a ver qué te parece”, me decía en un correo con un enlace a su blog donde colgaba las entrevistas.
Esta columna se queda muy corta para nombrar a tantos alumnos con quienes he compartido un trozo de su camino, dándoles la mano a veces o simplemente mirando cómo aprendían a caminar solos. El otro día, una ex alumna nos escribió para darnos las gracias por nuestro trabajo. No hace falta. Nosotros somos los agradecidos por dejarnos respirar ese dulce aroma a talento que rezuman las aulas. 

Susana y la Espiral de Silencio


26/05/2017 - 
La famosa teoría de la Espiral de Silencio no le ha funcionado a Susana Díaz. Y no le ha funcionado porque los modelos clásicos que explican cómo se conforma la opinión pública y cómo actúan las audiencias, en este caso los electores, se sustentan sobre modelos comunicativos caducos. La sociedad red ha puesto patas arriba la manera en que nos informamos, nos relacionamos y, por ende, respondemos a los mensajes de cualquier índole. Básicamente, la teoría de la Espiral de Silencio, expresada por la comunicóloga alemana Elizabeth Noelle-Neumann a mediados de la década de los noventa, viene a decir que las opiniones dominantes o aquellas ideas que se perciben mayoritariamente como ganadoras generan una gran fuerza de atracción que minimiza otras voces minoritarias. Ante la posibilidad de rechazo, de aislamiento social o de exclusión, los disidentes, aquellos que defienden opciones minoritarias, suelen guardar silencio, apuntarse al “caballo ganador” o simplemente mentir cuando les preguntan a quién van a votar o les solicitan un aval para una candidata determinada en unas primarias.  Susana Díaz era en este caso la apuesta más segura, la opción que requería menos esfuerzo, un viaje plácido a bordo de un crucero con todo incluido mientras otros remaban río arriba sin más ayuda que el apoyo moral de la “resistencia”. Aceptar el desafío apostando por otra candidatura parecía una extravagancia de unos pocos que no tenían nada que perder, ni cargos orgánicos ni institucionales.
Nadie presagió el naufragio. Ni los líderes del partido ni los medios de comunicación que se resisten a reconocer el ocaso de su poder como creadores de opinión pública manejando a su antojo la agenda setting,  dictando bandos en forma de editoriales para convencer a los ya convencidos. Conocían los titulares de la Espiral de Silencio pero se olvidaron de la letra pequeña porque esta teoría, ahora desfasada, también reconoce que las minorías pueden escapar a la tiranía de las mayorías fajándose en sus postulados contra viento y marea. De no ser así, nunca habrían triunfado las vanguardias que históricamente han hecho evolucionar los gustos estéticos, nunca habría tenido lugar la Revolución Francesa, jamás habría llegado el Chiquilicuatre al festival de Eurovisión, salvando todas las distancias entre unos ejemplos y otros. Se olvidaron del romanticismo que impulsa a la gente a secundar aventuras imposibles que contra todo pronóstico llegan a buen puerto. La fascinación de los “perdedores” suele ser ninguneada con excesiva frecuencia por quienes se muestran cómodos con el poder establecido. Se olvidaron también de que los medios de comunicación de masas han perdido su lugar en la plaza pública porque la mercancía (pueden llamarla propaganda si quieren) ya no se vende al por mayor. Hay otros usos para rentabilizar este negocio de la política, otras vías insuficientemente exploradas por los que siguen vendiendo sus mensajes como si no hubiéramos cambiado de siglo, como si los intermediarios mediáticos no fueran ya totalmente prescindibles en un mercado comunicativo que pregona sus productos en la red sin pagar peajes a los distribuidores de la información.
Y no deja de sorprenderme la candidez con la que los jerifaltes políticos y mediáticos han afrontado este proceso de primarias teniendo en cuenta todos los precedentes observados en los últimos tiempos. Cada vez que se ha preguntado a la ciudadanía para que refrende cualquier postulado defendido por los establishment, ya sea la Constitución Europea, el ganador de un reallity o las primarias del PSOE, la opinión de los poderosos ha sufrido revolcón tras revolcón. Es que, ¡hay que ver cómo es la gente!, ya no te puedes fiar ni de las encuestas ni de las predicciones de los asesores ni del poder de los editoriales. Sobre esto de las primarias yo le pregunté a mi madre, una socialista andaluza de toda la vida. Y lo clavó, oye.