El día que me dijo que ya no
servía ni para follar se lo agradecí. De noche le oía jadear al otro lado de la
almohada mientras mecía la cama. Me había sustituido por una paja y se lo
agradecí. Era más fácil lavar manchas amarillas en las sábanas que la mugre que
dejaba en mis entrañas. Cuando dejó de
menearme la cama le agradecí que parara esa tortura nocturna con la que me
violaba sin siquiera rozarme. Qué alivio que hubiera encontrado a otra a quien
ensuciarle las sábanas. Pero las manchas volvieron.
En el pijama de la niña.
No hay comentarios:
Publicar un comentario