Rojos, catalanistas y maricones.
Ésa era la plantilla de RTVV cuando el PP llegó al gobierno de la Generalitat
en 1995, apenas cinco años después del inicio de las emisiones, y tomó posesión de sus nuevos dominios.
“¿Y tú en qué categoría entras?”
Esa pregunta era la primera vez
que circulaba entre los trabajadores porque hasta entonces nadie se había
interesado por sus perfiles ideológicos. Para entrar pedían titulación, conocimiento
oral y escrito del valenciano (no para joder, como algunos pensaban, sino para poder
trabajar), experiencia y profesionalidad, pero nunca filiación política ni
afinidad ideológica. En realidad, entre la plantilla original de RTVV había un
muestrario variopinto de personas con las que podías ir a tomarte unas cervezas,
o no, pero cuando se ponían detrás o delante de la cámara solo había grandes
profesionales de la información. Llegaron del Levante, de Las Provincias, de la
SER, de la COPE, de RNE o recién salidos de la universidad. Había quien
comulgaba a diario y quien hablaba “catalán en la intimidad”, quien guardaba
las plumas antes de pasar por la recepción y quien cumplía a rajatabla todos
los mandamientos. No se sabía qué votaban ni puñetera falta que hacía, porque
no estaban allí para hacer política sino para hacer periodismo en valenciano.
Pero los recién estrenados
comisarios que desembarcaron en los despachos y en las cabinas de mando no
escondían el desprecio que sentían por la redacción de informativos. Nos sentíamos
observados, amenazados y humillados. Sembraron la sospecha, premiaron la delación
y pasaron lista. Una lista muy negra y muy larga.
Pusieron una cruz al lado de
nuestros nombres y nos crucificaron: ésta es roja, ése maricón, aquella es
catalanista, a este otro ponle tres cruces porque lo tiene todo...
Y así fue cómo una plantilla
compuesta por medio millar de trabajadores se duplicó y luego se triplicó. Así
fue cómo los periodistas expertos en política local tuvieron que aprender
deportes autóctonos como la pilota valenciana. Los especialistas en
internacional que habían cubierto la Guerra del Golfo acabaron sus días
haciendo fiestas locales. Los que cubrían las Cortes se acostumbraron a hacer
noticias de agricultura. Punt 2 nació con una clara vocación de cementerio
donde sepultaron en vida a lo más granado del periodismo valenciano. Su único
delito fue haber conseguido trabajo, la mayoría después de haber aprobado unas
duras oposiciones, mientras gobernaba el PSOE en la Generalitat.
Las nuevas remesas eran más dóciles,
más jóvenes y también, por qué no decirlo, más ignorantes. En la redacción había
que explicarles quién era quién en el panorama político y social valenciano e
incluso había que escribirles los textos en valenciano. Con la era Zaplana
comenzó el declive de RTVV que se convirtió en poco tiempo en su cortijo
particular con sede central en Benidorm. Y comenzaron a llegar los hijos de,
los primos de, las novias de, los compadres y los correligionarios que se
extendieron por todas las secciones existentes y por las nuevas que se crearon
ad hoc.
Luego Camps, como tampoco se
fiaba de los trabajadores que habían entrado de la mano de su antecesor, volvió
a ampliar la plantilla con personas afines. A Fabra no le ha dado tiempo. Canal
9 reventó por los cuatro costados.
La estrategia les ha salido
perfecta. No creían en una RTVV pública y de calidad pero como su “religión”
les prohibía matar dejaron que se muriera lentamente. Ahora, al albur de la
crisis económica y tras haber hecho trizas la reputación de Canal 9, han
decidido provocarle un coma inducido. Durante estos últimos 17 años, la usaron,
la convirtieron en un juguete caro y estúpido. Y ahora que ya son mayores no
necesitan seguir jugando.
Pobre juguete roto.
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