Nos han educado en una concepción
deforme del mundo. En el año 1569 el cartógrafo flamenco Gerhard Kremer publicó
el primer mapamundi. Sí, ese conocido atlas tan sobado por alumnas analógicas,
como yo, y con el que nos hemos dejado fotografiar
para mayor chanza de nuestros hijos nativos digitales. La representación del
planisferio, conocida como proyección Mercator, aceptada y utilizada
ampliamente durante los últimos cuatro siglos, es el más claro exponente de un
error de cálculo interesado en la imagen gráfica del planeta. En ese atlas,
Groenlandia es tan grande como África y Europa, similar a América del Sur. Algunos
historiadores, como Arno Peters, llaman a ese “error”, simplemente,
eurocentrismo; una visión sesgada a favor de todas las metrópolis sociales,
culturales, militares y económicas que han ejercido su hegemonía a lo largo de
los tiempos.
La invisibilidad y el
desequilibrio históricos que han padecido los colectivos humanos de razas no
blancas, de mujeres, de niños, de creyentes de otras religiones diferentes a la
judeocristiana y, en general, de los sempiternos perdedores es el resultado
palpable de esa miopía social que tan bien refleja el atlas de Mercator. No
creo que se trate de un comportamiento malvado, pero no debemos escudarnos en
la ignorancia que nos hace cómplices de esa estafa histórica que vamos
transmitiendo a las nuevas generaciones “con la leche templada y en cada
canción”, como decía Serrat. No deja de sorprenderme que la mayoría de los
estudiantes universitarios suele llegar con ese pecado original que les amputa
la posibilidad de mirar el mundo desde una perspectiva sin servilismos
atávicos. En particular, los alumnos de Periodismo y Comunicación Audiovisual
deberían mostrarse especialmente meticulosos ante la disyuntiva de
“re-producir” los viejos esquemas historiográficos o, por el contrario,
“producir” enfoques novedosos aplicando una perspectiva “excéntrica”,
entendiendo ésta como visión periférica de la realidad social.
Los recursos audiovisuales son herramientas
docentes de primer orden, especialmente en la enseñanza de la historia. Los
estudiantes aprenden más a través de imágenes en movimiento que en libros de
texto. Películas, documentales, reportajes televisivos e incluso videojuegos,
ayudan a fijar conocimientos, a estructurar la realidad y a fomentar actitudes
ante cualquier acontecimiento. El cine histórico es uno de los géneros más
prolíficos y se ha utilizado como vehículo de contrastada solvencia para
multitud de objetivos: entretener, educar y, en muchos casos, manipular.
Desde que se tuviera constancia del poder de subyugación del cine y de la
televisión, pocos líderes se han resistido a utilizarlo en favor de sus
ideologías, desde Stalin a Roosevelt pasando por Hitler, y ahora pongo puntos suspensivos…
para que ustedes sigan añadiendo todos los nombres que se le ocurran (¿a que
son muchos?).
La mayor parte de los conocimientos históricos con los que llegan los alumnos a la Universidad se deben más al cine que a las aulas. Por ello, una sólida formación en disciplinas sociales como la historia o la filosofía no debería ser accesorio en la construcción de los perfiles de los futuros comunicadores audiovisuales, a no ser que se apueste por el oficio más que por el arte, por la técnica más que por la creación y por la docilidad más que por el pensamiento crítico.
La mayor parte de los conocimientos históricos con los que llegan los alumnos a la Universidad se deben más al cine que a las aulas. Por ello, una sólida formación en disciplinas sociales como la historia o la filosofía no debería ser accesorio en la construcción de los perfiles de los futuros comunicadores audiovisuales, a no ser que se apueste por el oficio más que por el arte, por la técnica más que por la creación y por la docilidad más que por el pensamiento crítico.
Y ahora, miremos con qué mapas se
trabaja en las escuelas y sabremos qué concepción del mundo aprenden nuestros
jóvenes.
Publicado en http://alicanteplaza.es/el-mundo-de-mercator
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