La filósofa feminista Elisabeth
Badinter se preguntaba en los años ochenta si el amor maternal existe o es una
construcción cultural que sufre los vaivenes de los interes sociales de cada
época. Reconozco que su argumentación me dejó perpleja porque puso sobre antes
mis ojos cuestiones que nunca antes me había planteado sobre la maternidad.
Badinter, igual que lo hiciera años atrás Simone de Beauvoir, sostenía, entre
otras cosas, que el instinto maternal es un mito cimentado sobre la asimilación
del binomio hembra-mujer. Pero las mujeres, afortunadamente, somos seres más
complejos que hembras humanas cuyo objetivo primordial es perpetuar la especie
a través de la reproducción y el cuidado de las crías.
La universalización del amor
maternal , tal y como lo entendemos en la actualidad, es un fenómeno
relativamente moderno. Lo mismo sucede con la entronización de la infancia y si
no, conviene que releamos a San Agustín y su argumentación sobre la niñez como
prueba manifiesta del pecado original. Durante siglos, el alejamiento físico
entre las madres y su prole fue un comportamiento socialmente admitido entre
las clases pudientes e imitado por las clases medias urbanas como símbolo de estatus
económico. Quien podía se pagaba una nodriza, una nanny o una institutriz y reprimía su “instinto maternal innato” en
pro de una familia de bien. Hasta hace
poco, las reinas de todos los tronos han debido de ser muy malas madres. O
quizá es que el amor maternal solo sea cosa de mujeres pobres y plebeyas. Como
el amor romántico, por mucho que reneguemos hoy de los matrimonios por
conveniencia.
Sea como fuere, parece que
últimamente el debate vuelve a estar en el candelero. La película Bad Moms, independientemente de la
frivolidad con que trata el asunto, trajo a colación los sentimientos de culpa
que atenazan a las mujeres que no cumplen los requisitos que se les suponen a
las madres perfectas. El blog clubdemalasmadres.com ha convertido a su
fundadora, Laura Baena, en una de las influencers
más reconocidas de España, con miles de
seguidores en todos sus perfiles en redes sociales. Mujeres a las que admiro
como Rosa Montero o Rosa Mª Calaf se han pronunciado abiertamente sobre su
íntima decisión de no ser madres sin que por ello haya disminuído un àpice su
femineidad. Otras, como Luz Sánchez-Mellado o Samanta Villar se proclaman
abiertamente “hipomadres” o “malasmadres” sin temor a la lapidación pública por
parte de quienes consideran que la maternidad es un regalo de la naturaleza. Un
dulce regalo que puede estar envenenado.
Yo soy madre. Ignoro si buena, mala o mediopensionista. La
vida te trastea y un buen día amaneces preñada sin paloma ni nada. ¿Cómo saber
que ha surgido en ti un instinto que te habilita para amamantar, cambiar
pañales, enjuagar lágrimas, limpiar mocos, hacer trabajos manuales, aficionarte
a las piscinas de bolas, mediar en riñas de patio, educar en valores, corregir
faltas de ortografía o asesorar en amoríos venideros? Pues no lo sabes. Te
lanzas a la piscina y nadas. Sin más instinto que el de sobrevivir en una
sociedad que demanda superwomen mientras
que solo oferta trabajos precarios sin redes de seguridad maternal. Una
temeridad, vaya. Y encima, ni siquiera entré en el lote de las beneficiarias
del cheque bebé de Zapatero, que ya es mala suerte. Pero bueno, ahora que los
hombres están reclamando el instinto paternal, con sus bajas por paternidad y
la legalización de la paternidad subrogada, veremos cuántos héroes se animan a practicar
la “maravillosa” aventura de conciliar. Y que conste que yo ya tengo mi héroe. Por
cierto, si alguien tiene mi libro de la Badinter, que me lo devuelva. http://alicanteplaza.es/el-instinto-maternal-y-otros-arrumacos
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