“Alicante es una provincia que podría vivir
sin capital”. Esta reflexión no es mía, se la he tomado prestada a @cpastor, un
estudiante de arquitectura que analiza en su blog Discontinuïtats los distintos
planes estratégicos que han tratado de integrar Alicante y Elche en una sola
área metropolitana. Desde el famoso “Triángulo” de Alfonso Vergara en los
ochenta, hasta el actual PAT Alicante-Elx, se han vertido ríos de tinta que no
desembocan en ningún mar. Ninguna de las dos ciudades se apea del burro. Se afanan
en competir más que en colaborar. Pero déjenme fantasear con que algún día
ambas puedan compartir algo más que el aeropuerto y la institución ferial.
No se deben empezar las casas por
el tejado. Tanto o más que planes estratégicos, Alicante y Elche necesitan
conocerse para poder amarse. Nunca veinte kilómetros marcaron una distancia tan
larga. Apenas media hora de coche separan, que no unen, estas dos grandes
ciudades del sur de la Comunitat. Como un yin y un yan autónomos, se aferran en
mantener sus diferencias en vez de conformar un círculo armónico y
complementario. Una, temerosa de que sus señas de identidad milenarias se
diluyan como un azucarillo dentro de un territorio comanche que ha fusilado su
historia a golpe de un urbanismo devastador. La otra, atrincherada en su bahía
burocrática, ejerciendo con altanería sus privilegios administrativos. Una
reina sobre un terreno vasto, fértil, rico en parajes naturales pero echando de
menos un mar urbano. La otra, con el Mediterráneo instalado en su callejero, pero
sin un trozo de campo donde saltar a la comba. Els senyors de la sabata versus l’aristocràcia del bacallà.
Sus élites políticas,
empresariales y culturales se han ignorado con fruición. Como si hablaran
idiomas distintos,que a lo mejor también. Escasean los mediadores sociales que
faciliten el tránsito amable entre una ciudad y otra, que fomenten las
relaciones humanas derribando los muros invisibles que se alzan en ambas
orillas de Agua Amarga. Cada una su universidad, sus hospitales, su Cámara de
Comercio, su equipo de fútbol, su Corte Inglés y, desde hace unos días, cada
una su propia oficina de tráfico. Eso de tener que venir a Alicante para
sacarse el carné de conducir irritaba a los ilicitanos pero servía de excusa
para callejear por la capital de la provincia, una auténtica desconocida más
allá del estrecho círculo que pivota sobre la estación de Renfe. Cuando algún
día el AVE llegue también a Elche, se habrá roto el último cordón umbilical entre
las dos ciudades que yo amo sin estar loca.
Sin embargo, hay motivos para la
esperanza. Las concejalías de cultura de ambas localidades comenzaron el
deshielo el año pasado organizando el Festival Abril en Danza Elche- Alicante
2016. No se lo creerán pero esta ha sido la primera colaboración cultural entre
ambas ciudades en toda su historia. Un circuito cultural conjunto no vendría nada
mal. Y el ayuntamiento de Alicante se ha sumado a la legítima demanda para que
la Dama vuelva definitivamente a Elche. Un importante reclamo turístico
beneficioso para ambas.
Por si no sobrevivo a esta columna (quién me mandará a mi
enarbolar una bandera blanca en la tierra de nadie de una eterna guerra de
trincheras), dejénme decirles una cosa. Si se consiguiera una relación igualitaria,
un tú a tú sin menosprecios ni duelos económicos que entorpezcan el
entendimiento, el eje de rotación del centralismo valenciano bascularía con
fuerza hacia el sur, hacia un territorio poderoso en el que vivimos más de
medio millón de personas, entre la Albufereta y el Vinalopó. http://alicanteplaza.es/entre-la-albufereta-y-el-vinalopo
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