A veces una se despierta muy temprano,
como en las mañanas de Reyes de la infancia. En penumbras zigzagueo hasta al
salón con la esperanza de no encontrarme un zapato vacío y enciendo el
televisor. Sigue sin amanecer pero en la pantalla ya se vislumbran unas enormes
“abarcas desiertas”. No hay regalo. Lo veo en un mapa de los Estados Unidos de
América, gentileza del NYT live, con
el corazón pintado de rojo y ribeteado de azul por algunos de sus costados. Por
si aún quedaban dudas, se oye el bramido de un elefante, ocurrencia de Ferreras
en La Sexta, campando a sus anchas por esta cacharrería global.
No puedo evitar recordar otro
miércoles tras el primer martes de noviembre. Fue hace ocho años. Esa vez, un
primer plano del reverendo Jesse Jackson con los ojos inundados de lágrimas me confirmó
la buena nueva devolviéndome a otro tiempo, cuando aún creía en los milagros.
Los norteamericanos habían elegido a su primer presidente negro. El mundo
estaba cambiando y esa fecha entraría por la puerta grande de la Historia. Como
la Revolución Francesa, como la caída del Muro de Berlín, como la llegada del
hombre a la Luna. Ese día desperté a mi hija, una niña aún, para compartir con
ella la alegría de los momentos irrepetibles, pero esta vez no voy a hacerlo.
La dejaré soñar un poco más.
Desde entonces, la infantería
mediática intenta justificar su ceguera predictiva atribuyendo culpas a diestro
y siniestro. Dando rodeos para seguir ignorando una realidad que, tozudamente y
voto a voto, grita la mayoría de los pueblos cada vez que le preguntan. Se oye
de todo, desde los que propugnan las bondades del despotismo ilustrado que ejercen
tan a menudo las élites europeas hasta los que disculpan al caballo ganador
escudándose en las urnas y confiando en que no sea tan fiero el león como lo
pintan. Pero la verdad es que tanto el león como su camada pintan feo, muy feo.
No hay más que verlos en su ecosistema. Torres de marfil y bótox, mundos de
oropel, fantasías animadas de ayer y de hoy. Una saga de aprendices de “Bokassas”
oxigenados que se han colgado el mundo como un trofeo de caza mayor.
Si no fuera tan patético resultaría incluso cómico. Lástima
que ya no esté Chaplin para parodiarlo en otro “gran dictador”. Nos moriríamos
de la risa viendo cómo el país más poderoso del mundo se ha transformado en un
oligopolio de marcas Trump, plagado de “trumpitos” sonrosados y relucientes,
recién salidos de sus huevos de Fabergé. Y lo peor no es que esa dinastía rubia
vaya a convertir la Casa Blanca en la
Casa Dorada (¿vieron las caras de los empleados en la visita de Trump a Obama?)
sino que la democracia televisiva que los ha aupado al trono goza de buenos
shares en todo este planeta mediático.
Yo ya soy mayor y recuerdo cómo un supermán castigador
de ministros de Hacienda llegó a ser eurodiputado por voluntad de los
españoles. Cómo un orondo constructor gobernaba Marbella desde su piscina y
cómo un sátiro italiano adicto a los “bunga-bunga” llegó a la presidencia de su
país. Debe ser el encanto irresistible de los vendedores de humo. Expertos en
el timo de la estampita disfrazada de papeleta electoral.http://alicanteplaza.es/el-timo-de-la-estampita-electoral
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