viernes, 30 de abril de 2010

Miguel Hernández y yo

Tengo que hablar de él. Y eso que trato siempre de huir de los lugares comunes, pero tengo que hablar de Miguel. Me lo pide el cuerpo. Creo que mi vida está, en cierta manera, ligada a él.
Me lo presentó uno de mis maestros de primaria, Santiago Fabregat, cuando su nombre era aún impronunciable en las postrimerías de la Dictadura. Don Santiago era de Orihuela y cuando llegó a mi pueblo buceó en los pequeños rastros que dejó el poeta en su intento fallido de huir hacia una libertad errónea. Se equivocó la paloma. Lo detuvieron en Vilaverde de Ficalho, un diminuto pueblo portugués separado de Rosal de la Frontera por una "Raya" imaginaria que me apasionaba cruzar cuando era niña. Un pie en España y otro en Portugal. Miguel huía de guatemala para meterse en guatepeor. El dictador portugués no ofrecía refugio a los que escapaban del horror de la revancha franquista y los "guardiñas", que jamás habían oído hablar del poeta soldado lo devolvieron a España sin contemplaciones. Fue don Santiago quien me contó que Miguel permaneció unos días en el calabozo de mi pueblo sin que nadie le reconociera, ni le alimentara, ni le consolara. Dicen que en su desesperación escribía en las paredes que luego fueron demolidas para construir la oficina de teléfonos. Dicen que la esposa de otro hombre que le acompañaba en el cautiverio le llevaba algo de comer y que el poeta se lo agradeció con lo único que tenía, algún poemilla improvisado. Dicen.
La historia de Miguel me llegó mucho antes que su poesía. Luego llegó la Democracia y Serrat y el poeta me contó su vida en verso y en primera persona.
Años más tarde me he vuelto a reencontrar con él, frente a su tumba, en la ciudad que yo elegí para vivir y en la que él se vio obligado a morir.
Dicen. Que la gente le lleva cigarrillos y los depositan sobre la tierra que cubre sus huesos.
Dicen (escríbeme a la tierra que yo te escribiré),que llegan cartas a su nombre y que los guardas del cementerio las dejan en un buzón junto a su sepultura.
A mi me hubiera gustado decirle tantas cosas...
La otra noche asistí al concierto inaugural con el que Serrat le homenajeó en Elche, y aúpada sobre los acordes de la música le dije muchas cosas que se quedan para nosotros dos.
"Que sepas que en la primera cárcel de tus desdichas hoy se levanta un centro cultural que lleva tu nombre".