jueves, 29 de noviembre de 2012

Luz de gas

                                                                                                                                                    Existen muchas maneras de morir.
Tantas como víctimas sin funeral.
Existen muchas maneras de matar.
Tantas como verdugos sin rostro que saben administrar sutilmente el veneno más mortífero y eficaz; aquel que no deja rastro ni posibilidad de condena.

Estas víctimas y verdugos, que no constan en las estadísticas, se esconden a menudo tras la puerta de al lado y, a veces, si nos atrevemos a levantar la máscara, quizá en nuestras propias casas.
Es una violencia agazapada en los dormitorios, que no deja marcas en la piel.
Un bebedizo letal que ataca directamente el alma y que se extiende con parsimonia hasta crear cadáveres ambulantes. Antes suele romper el corazón aunque los médicos no detecten los añicos a través de los electrocardiogramas.
Los sentidos, con el desuso, se vuelven inoperantes. Se apaga la luz de los ojos, los oídos se niegan a escuchar los mensajes asesinos, la boca olvida la risa y el sabor de los besos. No hay caricias para las manos y las lágrimas embozan la nariz provocando una sutil voz nasalizada.
Busquen los síntomas, intenten descifrar cuántas de las mujeres que se han cruzado hoy en su camino sufren este mal, una enfermedad ignota que ni ellas saben que padecen.
La indiferencia, el menosprecio cotidiano, la humillación, la explotación doméstica, la violación por derecho o el abandono sexual dejan secuelas en el cerebro. Pueden asomarse a la cara en forma de depresión, agudizando neurosis o despertando otros males mentales más agresivos que las convierten en carne de psiquiátrico. A veces las trombosis más agudas tienen su origen en el alma. Muchas minusvalías físicas esconden una persona maltratada, casi siempre mujer, que nunca aparecerá en las estadísticas del ministerio de turno.
Que alguien encuentre rápido algún antídoto para todas estas enfermas crónicas que reciben regularmente su dosis de veneno, su sesión diaria de luz de gas en la más estricta impunidad.