viernes, 7 de septiembre de 2018

Experiencias hellokitty


12/05/2017 - 
En cuanto puse una rueda en la Cantera supe que no era un día cualquiera. Y no solo porque tuviera la agenda repleta de citas ni por el placer de llevar a mi hija desparramada junto a mi en el asiento del copiloto, cosa muy poco frecuente desde que el carné de conducir encontró hueco en su cartera. Ese jueves de mayo debía de ser especial porque la fachada litoral de Alicante se había metamorfoseado. En el lugar del horizonte donde se avista habitualmente el cabo de Santa Pola habían surgido como por arte de magia unos cuantos islotes muy blancos y muy altos. Como si algunas de las urbanizaciones que flanquean la bahía se hubieran desgajado de la línea de costa durante la noche para arrimarse al centro de la ciudad por vía marítima. “Son los cruceros mamá, que ya han llegado - me informó la niña, muy al quite de la actualidad a golpe de móvil -  así que hoy debe estar el centro petado”. Pues mira qué bien, para una mañana de diario que bajábamos a Alicante nos íbamos a tener que abrir paso a empujones porque diez mil turistas desplazándose en manada levantarían mucha polvareda por donde pasaran.  El objetivo era darles esquinazo aunque el colapso de tráfico antes de llegar a Juan Bautista Lafora y la nutrida presencia policial en las calles ya corroboraban mi sospecha inicial de que no era iba a ser un día cualquiera.
Primera parada. Párking de La Montanyeta. Colas para entrar. El tráfico pesado del exterior ha contagiado el espacio subterráneo. Encontrar un hueco verde entre un laberinto de bombillas rojas hace perder los nervios a más de uno que expresa su mal humor vociferando con el claxon. Segunda parada. Centro de especialidades de la calle Gerona. Despejado. Han arreglado las vías de acceso pero cuando te sumerges en las tripas de los pasillos y las consultas se percibe la estrategia del postureo. Imposible esconder los estragos del tiempo, los recortes y el tufo a Instituto Nacional de Previsión que desprenden los bancos de madera de la sala de espera. Techos y paredes desconchadas, persianas rotas, cables sueltos. La atención, sin embargo, es exquisita. El factor humano siempre como último recurso contra el hundimiento de la casa Usher. Tercera parada. Plaza Nueva. Operación desayuno. Reencuentro feliz con una compañera. Antes elaboraba noticias. Ahora las vende por las mañanas. Por las tardes, desde que han abierto el acuario, vende chuches. La veo más relajada. En la plaza hay sitio para desayunar al aire libre. Nada de cruceristas. Menos mal. Mesa para dos. Flores, vajilla romántica, bollería recién hecha. Un desayuno hellokitty para dos princesas hambrientas. Sin embargo, la dulzura de los croissants se torna en acidez al pasar frente a la puerta de Cáritas donde una cola de personas aguarda en la acera a que abran las puertas. Quizá para desayunar. Mi hija y yo nos miramos sin decir nada. No hace falta. Ambas sabemos que nuestra experiencia hellokitty ha sido un paréntesis, una ficción edulcorada en una mañana soleada de mayo donde la realidad puede descargarte un chaparrón en cualquier esquina. Menos mal que los cruceristas estaban a salvo de estas inclemencias del tiempo. El ayuntamiento les había traído paraguas.  @layoyoba

Barralibre fútbol club


5/05/2017 - 
Un famoso club de alterne alicantino ha apostado por el fútbol como reclamo publicitario, una estrategia comercial agresiva que ya se ensayó durante el Mundial de Sudáfrica y que supuso grandes pérdidas para todas las empresas que no confiaron en la selección española. Este marketing experimental costó millones de euros a Banesto, Carrefour, PC City o Toshiba, cuyos directivos aún deben estar acordándose de la madre que parió a Iniesta. Las promociones que tientan a la suerte solo resultan efectivas si pones velas a dios y al diablo, si rezas mientras preparas el mazo o si repartes los huevos en diversas cestas. Esto es de primero de refranero popular. Por eso no entiendo la estrategia de este prostíbulo de lujo que se mantiene en sus trece insistiendo con un reclamo publicitario que no solo carece de ética sino que tampoco parece una fórmula de éxito. Verán, esta semana han ofrecido cena y copa gratis si el Real Madrid ganaba al Atlético y ganó el equipo blanco. “Això ho pague jo”, que diria un alcoià. Entiendo que no piden filiación futbolística para la convidada así que si se llenó el local hicieron un pan como una tortas. Pero esta no ha sido la primera vez que “perdía la banca”. Otra promoción muy sonada fue la de “barra libre” si el Hércules ganaba o empataba contra el Barça en la Copa del Rey en el partido de ída. Y el Hércules empató. Ya se pueden imaginar el fiestón. Sospecho que si se esto se pone de moda, los bares ya pueden echarse a temblar. Por eso, puede que el secreto no esté en la cena ni en la copa gratis sino en los “puros” de después, que los deben cobrar a precio de oro para que el negocio sea rentable. 
Fútbol y sexo actúan como vasos comunicantes en los dormitorios de medio país. Ya lo dijo Piqué la noche milagrosa en la que el Barcelona ganó al PSG en tiempo de descuento. Parece que los baby boom ya no son un síntoma de bonanza económica sino del ímpetu goleador de los equipos de fútbol. Pero esos picos sexuales domésticos en noches de clásicos o derbys no implican un mercadeo con carne humana femenina. Es verdad que el prostíbulo de marras no incluye mujeres en su oferta pero todo indica que ellas son la clave para insistir en esta promoción que se ha desvelado como ruinosa. Desde que vi el anuncio el martes estuve tentada de presentarme en el club de alterne para ver el partido en una pantalla de escándalo, cenar, tomarme una copa (solo una) y rezar a Cristiano para que la noche me saliera gratis. Nadie podría obligarme a consumir nada más ni por supuesto a “confraternizar” con las empleadas del local. Pero no me atreví. Tampoco sé si me habrían aplicado el “derecho de admisión” para impedirme cruzar el umbral y, la verdad, no me vi con ánimos de montar un “pollo” por mi cuenta. Sin embargo, desde entonces fantaseo con piquetes de chicas Femen asaltando “palacios” donde las historias de verdad no tienen final feliz. Esa sí sería una campaña efectiva y no las denuncias por publicidad sexista que se pudren en cajones polvorientos de administraciones que suelen mirar para otro lado. No soy ingenua. La prostitución, como la energía, ni se crea ni se destruye, solo se transforma. Pero por lo menos se lo pondrían más difícil a quienes se lucran con ese negocio. Invadir los prostíbulos o los espacios urbanos donde se ejerce el oficio es una estrategia que ya se ha practicado en Alicante. Ocurrió en los años setenta en el casco antiguo y en los noventa en los alrededores de la plaza de Gabriel Miró, cuando los jóvenes se hicieron los amos de las calles y espantaron la clientela. Mano de santo, oye. El día que padres e hijos cambien el bar de abajo por el club de alterne para ver un clásico, se acabó el filón publicitario de las copas gratis. Es lo que tiene la reunificación familiar. 

The winner takes it all


28/04/2017 - 
Ínigo Errejón, arropado por su cuadrilla, entró en la plaza como un torero. El murmullo en el coso fue creciendo en decibelios nada más abrirse la barrera por la que accedió la comitiva al centro del ruedo. La plaza de los Luceros estaba de pólvora hasta las trancas esperando una mascletà que estalló en aplausos antes de que les belleses del foc citaran al pirotècnic desde la tribuna oficial. En aquel mediodía de Fogueres nadie hacía sombra al político podemita ante el reclamo de cámaras y micrófonos. 
No había pañuelos pidiendo trofeos taurinos pero sí cientos de disparos fotográficos móviles y un griterío descomunal solicitando selfies y besos desde todos los tendidos. Si el éxito en las elecciones generales convocadas para el 26-J se midiera en aplausos, aquel hombre se las habría llevado de calle. Pero eso fue el año pasado. 
Hoy, con la perspectiva que da el tiempo transcurrido, unos resultados electorales que no avalaron la campaña errojonista de las sonrisas tranquilas y un duelo de titanes que ha forzado a Errejón a retirarse a sus cuarteles de invierno, creo que el símil taurino no es el más adecuado. Mas bien aquello fue la entrada triunfal en Jerusalén un domingo de ramos. Las palmas se tornaron pronto en corona de espinas. Demasiadas alabanzas son peligrosas en una sociedad estructuralmente farisaica que valida la teoría de que quien se mueve no sale en la foto. Y Podemos (sus dirigentes) se está empleando a fondo para que Ínigo Errejón ya no salga en la foto. Desposeído de la portavocía de su grupo en el Congreso tras perder el pulso orgánico con Iglesias y relegado a los escaños de atrás, el último episodio esperpéntico ha sucedido esta misma semana con el “asalto” fallido de Irene Montero a la tertulia de Hora 25 de la SER, donde colaboraba Errejón desde hacía tres años. Un error político grave porque deja ver las contradicciones de un partido joven que abomina de las estructuras monolíticas de otras formaciones “viejunas” mientras emula sus comportamientos excesivamente jerarquizados.
The winner takes it all, cantaba Abba como una premonición de lo que está pasando en Podemos. Una actitud poco inteligente que deja pocas cartas a uno de los mejores jugadores de la partida política que se está librando en nuestro país. No dudo de las capacidades comunicativas de Montero, mujer de verbo rápido y brillante independientemente de si se comparten o no sus argumentos, pero las personas, por muy portavoces que sean, no son cromos intercambiables: “Te cambio un Errejón por una Montero y dos huevos duros”. El mismo Iglesias reconocía que a su programa La Tuerka no invitaba a representantes de partidos políticos sino a gente interesante militara donde militara. 
Pues bien, Errejón es un buen fichaje para cualquier tertulia incluso si no se representa más que a sí mismo. Un discurso bien fundamentado, un vocabulario extenso, estructuras gramaticales impecables y un tono sosegado se agradece en cualquier foro de debate donde las palabras no actúen como cuchillos. Y esos perfiles no abundan en la política patria, más proclive a dar voz a los “fontaneros” que a los oradores. Las organizaciones políticas son un buen refugio para mediocres, qué les voy a contar. Obedecer ciegamente a unas siglas, repetir mantras como doctrinas argumentales son salvavidas para políticos de medio pelo que medran en todos los partidos. Relegar a Ínigo Errejón a un papel de segundón atrapado en una maraña morada es una estrategia política miope que limita a Podemos su horizonte electoral. Aunque solo le permitan salir en el As hablando de fútbol o en TV3 hablando en un correcto catalán, Errejón no pasa inadvertido. Para guardar fidelidad a un partido no es necesario ser infiel a uno mismo. Detrás de este castigo de silencio parece vislumbrarse una salida de emergencia. Y las puertas de salida están muy concurridas, si no que le pregunten a Pedro Sánchez. @layoyoba

Memorias de viernes santos

14/04/2017 - 
Mi semana santa sabe a bollos dormidos, a torrijas calentitas y a las perrunillas de mi madre. Mi semana santa huele a incienso, a sudor de costal, a cera y azahar. Suena a marchas procesionales, a racheo de alpargatas recalentadas, a gritos de ¡ánimo valiente! y ¡al cielo con ella! Pero también a un silencio profundo que a veces perfora los tímpanos con más intensidad que la algarabía callejera.
He aquí una de las paradojas de mi vida, porque una, que no frecuenta altares más que por compromiso ni ha heredado la devoción iconoclasta de la familia, se declara muy fan de estas fiestas de primavera cuando las ciudades se transforman en un inmenso escenario al aire libre donde cada año se representa la misma obra aunque siempre distinta. Lo siento. No encuentro una explicación coherente para semejante contrasentido. Esta extravagancia en mi doctrina vital no reside en el fervor religioso sino en la belleza que alimenta todos los sentidos. 
Yo no nací con esta pasión desde chica. Incluso puedo rememorar cuándo se originó el prodigio. Fue una madrugada de viernes santo. Sentada en el bordillo de una acera a las puertas de un convento de clausura, no sé cuál. Tenía 18 años, un minúsculo piso en Sevilla y una amiga de visita. Aún no había estallado la burbuja semanasantera. Una luna inmensa caía a plomo sobre la plaza iluminando el cortejo procesional. Los naranjos en flor y el rastro del incienso envolvían la noche sin viento. Por una de las esquinas de la plaza se dibujó la silueta de un Cristo que cargaba una cruz de madera. Primero fue solo una sombra en la pared pero la calle bullanguera enmudeció. Cuando el paso giró noventa grados en una revuelta lenta e imposible, apareció la imagen de un Nazareno alto, encorvado bajo el peso de la cruz, con la muerte reflejada en su piel de madera tallada. Le miré a la cara. El rostro, ennegrecido por el tiempo y el humo de los cirios, era la viva imagen de un dolor pacífico y resignado que debió tomar prestado Juan de Mesa, allá por el siglo XVII, de algún moribundo sevillano en los que solía inspirarse para plasmar los instantes previos a la muerte. Le miré, y mientras lo hacía, desde detrás de las rejas del convento surgió una voz de mujer, cristalina, casi transparente, que le rezaba cantando. Fue tanta la belleza del instante que a veces me pregunto si no lo habré soñado. 
La Semana Santa está llena de momentos íntimos, de pequeñas historias que nos atan a lugares y los convierten en fotos fijas de nuestra memoria sentimental. Años después, otro Gran Poder me robó el corazón en Alicante. Fue un miércoles santo en la calle del Pozo. Huyendo de las carreras oficiales. En una esquina, la luna que reposaba sobre el castillo de Santa Bárbara se dejó caer sobre el paso que avanzaba en silencio. Fue apenas un relámpago mágico pero se te pega a la piel como salitre. Para gozar del espectáculo imaginero que nos ofrece esta conmemoración religiosa hay que recluirse en espacios pequeños. En calles estrechas del casco antiguo donde tienes que pegarte a la pared para dejar que transcurra el cortejo, formando parte de él. Observar de cerca las tallas, oler la madera de los pasos, escuchar su crujido acompasado, el tintineo de las borlas de un palio, el golpeo simétrico de los bastones del Cristo de la Buena Muerte, la letanía de las oraciones de los penitentes...
La última vez que me sorprendí rezando, como un reflejo instintivo, estaba viendo la procesión del Perdón en la calle Labradores. Fue por Gabriel García Márquez. Como Úrsula Iguarán, él también murió un jueves santo. 
@layoyoba

Tiempos de carmín

7/04/2017 - 
Uno de los sectores que mejor ha resistido la crisis ha sido el de las peluquerías y centros de belleza. En mi barrio han aparecido como champiñones. Una peluquería, una frutería, una cafetería, y vuelta a empezar. Son los negocios de moda. Han sustituido en las calles a las sucursales bancarias y las inmobiliarias que fueron las reinas del mambo en otros tiempos de vino y rosas. Cuando nos soñamos ricos. Los recortes generalizados se han dejado sentir en las economías familiares pero no hasta el punto de que se nos note en la cara. Dientes, dientes, que diría la Pantoja. En el crack de 1929 se produjo una situación similar, así que no debe de tratarse de un fenómeno anecdótico sino coyuntural. Los economistas americanos llamaron a esta paradoja social el Lisptick Index, una teoría que dice que a mayor recesión, más consumo de lápices labiales. Cuanto más rojo el carmín, más profunda es la crisis. Son lujos asequibles que no descalabran ningún bolsillo y sirven de parapeto emocional contra la desolación que nos produce sentirnos, además de pobres, feas.
Uno de mis refugios preferidos para rebajar el punto de ebullición de la mala leche es la peluquería. Un pequeño paraíso cercano, relativamente barato y confortable. Llegas, te sumerges en el lavadero de cabezas, te ponen música, te masajean el cuero cabelludo, luego te arrullan con una cálida y armoniosa sinfonía de secadores de pelo y desconectas del mundo un buen rato por un módico precio. Entre la variada clientela abundan las señoras entradas en años que conservan su querencia al “lavado y marcado” semanal y las rubias artificiales de cualquier edad que necesitan pasar su “itv” capilar o renovarse del todo para no aburrirse de sí mismas. Algunas veces también se ven hombres que hacen incursiones fugaces en territorio comanche. Las parroquianas que frecuentan las peluquerías de barrio son extremadamente habilidosas en dialogar con desparpajo a través de los espejos. Al otro lado de la realidad, las peluqueras, mitad estilistas mitad confidentes, ofrecen una escucha activa mientras practican el viejo oficio de Melquíades, vendiendo fórmulas mágicas para detener el paso del tiempo: champús nutritivos, ampollas reequilibrantes, lociones anticaída, leches de albaricoque… Si no fuera porque todas dominan ese argot, se podría pensar que la conversación ha subido de tono. 
En el servicio más básico te dan de beber, de comer, de conversar y de leer sin que suba la tarifa. Lecturas relajantes donde te ponen al día de amores y desamores, menús hipocalóricos para todos los presupuestos y colecciones de moda para quedar bien en cualquier ocasión. Las llamadas peluquerías unisex han ampliado el revistero con periódicos locales, deportivos o publicaciones de motor. Los micromachismos también van a la peluquería. Desde que hombres y mujeres compartimos trastiendas del cuidado personal y secretos de belleza, puedo leer el Marca mientras me embadurnan de potingues. Lo malo es cuando algún antiguo novio te reconoce debajo de una maraña de papel de aluminio anidada en tu cabeza. Un desastre titánico que costará reflotar. Y llegados a este punto, si ustedes me han leído hasta aquí, quizá se pregunten por qué les cuento historias de peluquerías cuando podría hablar de otros asuntos más relevantes. De luchas barriobajeras en partidos en vías autodestrucción, de arengas cuarteleras para defender paraísos fiscales construidos sobre un pedrusco o de las cocacolas que consume cierto senador de Podemos. Vamos, de lo que se habla en las plazas mediáticas. Pues ya se lo he dicho, ¿no se acuerdan?, porque cuando me hierve la mala leche, me pinto los labios y busco refugio. @layoyoba

El día que nació el Campo de los Almendros


31/03/2017 - 
La vida de las personas, de los pueblos, se construye sobre un armazón de fechas  y lugares que sirven para situarnos en coordenadas espacio-temporales. Es un mecanismo más o menos rápido para ser localizados y archivados en ese timelapse que llamamos Historia. El día que nacemos y que morimos queda registrado como la prueba más palpable de que hemos existido, más allá de los recuerdos que sucumben al paso del tiempo hasta convertirse en memoria amarillenta o leyendas populares donde realidad y ficción juegan al corro. Esa es una de las razones por la que tantas personas siguen buscando a sus familiares por las cunetas de España, para dejar constancia de que las personas que amaron no serán, en un años, cuentos de Calleja, producto de la chochez de los abuelos.
Las ciudades también tienen historia, lugares y fechas para recordar, aunque durante largos años hayan permanecido en el más riguroso olvido oficial. Hoy es 31 de marzo. Quizá este día no signifique nada para muchos de ustedes, un día de primavera como otro cualquiera, pero Alicante debería haber marcado hace tiempo esta fecha en su almanaque como el Día de la Ignominia. El 31 de marzo de 1939 nació el Campo de los Almendros. Un improvisado campo de concentración, tan efímero que apenas aparece en los libros de texto, en el que miles de hombres y mujeres perdieron su vida, su libertad y sus esperanzas cansados de mirar al mar en el puerto de Alicante. Es nuestra Semana Trágica.
El 28 de marzo, cuando zarpó el el carguero británico Stanbrook con una valíosa mercancía humana de más de 3.000 personas rumbo a Orán, aún quedaban en el puerto casi 20.000 más esperando otros capitanes intrépidos que nunca llegaron. Max Aub, en Campo de los almendros, calificaba esta ratonera para republicanos en que se convirtió el puerto alicantino como “ uno de los episodios más tristes de la Guerra Civil española”.
Sí, el mismo Aub que murió en el exilio y cuyo nombre querían retirar de una sala teatral del Matadero de Madrid algunos enfebrecidos defensores de la Memoria Histórica que no tienen memoria ni cultura. Sí, ese mismo Campo de los Almendros donde hoy se alza un centro comercial como símbolo de la desmemoria de una  ciudad que no ha sabido honrar ni a su historia ni a sus muertos. 
El 30 de marzo, con la entrada en la ciudad de la división fascista italiana Littorio (cuya hazaña se homenajea aún en el callejero de Carolinas Bajas) el suicidio o la rendición fueron las dos únicas cartas en juego para los que ya se sabían perdedores por mucho tiempo. Los que optaron por la primera, muchos, desaparecieron en el olvido que cubre a las víctimas colaterales. Los que optaron por la segunda, protagonizaron un cortejo infame por la Cantera hacia un  secarral sembrado de almendros y alambres de espinos. No se sabe exactamente cuántos eran, cuántos murieron por el camino ametrallados desde el castillo, cuántos de hambre, cuántos de pena. Seis días, siete. En poco más de una semana, los supervivientes fueron trasaldados en masa al campo de concentración de Albatera o otros destinos carcelarios bajo techo y el Campo de los Almendros volvió a ser un bonito nombre sin memoria. Hasta que la Comisión Cívica de Alicante por la Recuperación de la Memoria Histórica consiguió rescatar del olvido un lugar que nunca debió haber existido. La exhumación de los restos de nuestra historia sepultada nos devuelve la identidad como pueblo. Con todas nuestras miserias. Porque para contemplar el horror de cerca y mirar cara a cara a la Bestia no hace falta viajar a Auschwitz. Hay una parada en La Goteta. 
@layoyoba

Atrapada en la Red


24/03/2017 - 
Como una mosca atrapada en una tupida tela de araña. Eso tengo ganas de escribir cada vez que el Facebook me pregunta cuál es mi estado. Si me ausento durante largo tiempo se alarma como un amante celoso y me invita a salir a escena. Siempre está pendiente. El otro día me avisó, por si acaso lo había olvidado, que estaba jugando el Barça y me dijo cómo iba el resultado. También me chiva las páginas comerciales que visitan mis amigos y me informa de ofertas de productos la mar de apasionantes por los que alguna vez me interesé. Un estetoscopio, por ejemplo, un maletín de primeros auxilios o un curso de oratoria. 
A veces pienso si detrás no estará mi madre porque me recuerda puntualmente los cumpleaños de personas que conozco y lo hace con la suficiente antelación para que me dé tiempo a comprarles algo. Ahora no me valen las excusas memorísticas. Me estoy empezando a mosquear. Detesto dejar tantas babas en el ciberespacio. Supongo que ese es el precio de todo el volumen de datos que me suministran las redes sociales de manera altruista. Ja. Nadie da duros a cuatro pesetas. La información se paga y yo la abono religiosamente en módicas cuotas de control externo y pérdida de intimidad.
El caso es que ya no fío de nada ni de nadie. Ni de mi smart-tv, que se apaga si dejo de zapear un largo rato y se toma la libertad de grabarme programas por su cuenta y riesgo. Tan inteligente no será, digo yo. Luego me entero que la CIA y cualquier friki cibernético tienen la capacidad de espiarme (otra cosa es saber para qué) hackeando mi ordenador aunque esté apagado y colándose en el salón de mi casa a través de la pantalla de ese televisor supuestamente inteligente que tiene vida propia. Y el teléfono móvil, otro que tal baila. Llama a quien le da la gana sin mi permiso y últimamente encuentro llamadas a un número desconocido de Venezuela. Igual me está tendiendo una trampa para acusarme de bolivariana y cualquier día de estos aparezco en los titulares de algún diario digital abonado a las conspiraciones podemitas. Lo he dejado por imposible. Al menos hasta que alguien descuelgue al otro lado del océano y me cobren la llamada. Mi relación con el continente americano es bastante fluida, no se crean. Hace poco me clonaron la tarjeta de crédito y alguien se compró un televisor a mi costa en Lima. El seguro se hizo cargo de los gastos pero el disgusto y el trasiego entre la comisaría y la sucursal bancaria no te lo quita nadie.
Dominique Wolton, el prestigioso sociólogo de la Comunicación, tiene más razón que un santo cuando nos alerta sobre los peligros del exceso de información que nos aísla cada vez más en una sociedad hiperconectada. Mis “amigos” están ahí afuera y apenas les pongo rostro. Son los únicos que me envían cartas postales y regalos por mi cumpleaños: El Corte Inglés, Ive Rocher o Punt Roma. No fallan. Siempre los mismos horrorosos pañuelos de cuello, muestras de cosméticos de la señoritapepis o vales descuento que caducan olvidados en cualquier cajón. Yo es que no soy mucho de tirar, fíjate. Y otro frente abierto es el frigorífico, que se pone a pitar por las noches como un descosido. No sé por qué chilla. La nevera es analógica, así que el día que me encuentre un posit en la puerta diciéndome que me he quedado sin huevos, le pego una patada a la telaraña tecnológica y me voy con la música a otra parte. Eso si me deja Spotify, que también se atreve a confeccionarme listas de canciones favoritas. El otro día me recomendó una de Rocío Jurado. Cómo me conoces, bribón. @layoyoba