jueves, 12 de marzo de 2009

Primer miércoles tras el primer martes de noviembre

Hoy he madrugado. Mucho antes de que sonara el despertador, como en las citas importantes, como las mañanas de Reyes de mi infancia. Casi a tientas, porque aún no llevaba gafas, pulsé la tecla del mando a distancia del televisor de mi dormitorio. Buscaba a Franzino en la digital pero las chicas de La Sexta se le adelentaron en el canal y me dieron la buena nueva: “Obama es el nuevo presidente electo de Estados Unidos”. Anoche aún desconfíaba del pueblo norteamericano. Soy poco propensa a creer en los milagros aunque el mundo está muy necesitado de ellos. Me puse las gafas y un primer plano de Jesse Jackson con los ojos inundados de lágrimas me golpeó el pecho. Amaneció el día cinco de noviembre de 2008 mientras yo no podía contener el llanto arrebujada entre las mantas. A las siete en punto desperté a mi hija. Le dije que había ganado Obama, que recordara este momento porque el mundo estaba cambiando.Que este día entraba por la puerta grande de la Historia. Como la Revolución Francesa, como la caída del Muro de Berlín, como el bombardeo de Pearl Harbour. “¡Qué rollo mamá, tan temprano!”. “Y tú les dirás a tus hijos que ese día le dijiste a tu madre que era un rollo”. Al bajar del coche en la puerta del instituto, mi hija me dio un beso: “Ya lo sé mamá, ha ganado Obama, que es negro y que va a ser el presidente del mundo, pero no llores ¿vale?” Luego pensé en toda la tarea que queda por hacer, con el desorden internacional patas arriba y, al más puro estilo Scarlett O’Hara, me respondí: “Eso ya lo pensaré mañana”.

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