jueves, 12 de marzo de 2009

Lo que nos hace especiales


Todo listo y tú en la ducha. Nuestra primera casa en propiedad, cerca de les Palmeretes, con el trasiego propio de los días en rojo en el calendario. Mi madre de los nervios porque no podía comprender el estrafalario proceder de su futuro yerno, que ni había madrugado ni tenía prisa por marcharse para que la novia pudiera vestirse con tranquilidad. Eso de que marido y mujer hubieran yacido juntos la noche antes de la boda le rompía los pocos esquemas que le quedaban por romper. El peluquero y la maquilladora esperando mientras yo seguía en bata para ocultar un traje que ya habías visto. Seguro que llegarías tarde al ayuntamiento. Pues no. Cuando yo llegué del brazo de mi padre ya estabas en la puerta rodeado de amigos y familiares. Todo era nuevo. No sabíamos exactamente qué teníamos que hacer o decir, pero salimos del apuro airosos.
No hi havia a València amants com nosaltres, leía con voz de informativos Ramón Cánovas. El alcalde de El Campello, vestido con el blusón negro de l’horta alacantina ofició una ceremonia corta, emotiva y en valenciano. Mi padre asistía como convidado de piedra sin saber dónde mirar ni cómo tragarse las lágrimas.
Pero nosotros éramos felices. Ya habían pasado los momentos de dudas, el no nos casamos, lo dejamos que aún estamos a tiempo. La balanza en marcha otra vez. No había vuelta atrás. Era la nit del foc.

La fiesta fue íntima, qué remedio si el presupuesto no daba para más, y divertida. Metimos el sentido del ridículo en el zapato y por primera vez en mi vida encabecé una conga de tías y primas al son de Som fills del poble, tres pardalets i una moneta d’eixes que van en bicicleta…
La perversión estaba en los lavabos y pecamos. Pecamos tanto que cumplimos la penitencia por la noche. Quién dijo noche de bodas. Rompiendo tradiciones, como nos gusta. Luego llegó Grecia, con su Peloponeso y sus ruinas egregias. Y Olimpia, y Delfos, y las islas de aguas verdes, y la chaqueta olvidada en Atenas, y los enfados que trufaron nuestra luna de miel.
Cuando acabó el año, nos compramos a trotsky, al que acabamos de jubilar. Afortunadamente, la casa y el coche es lo único que hemos jubilado en todos estos años juntos. En cambio, las novedades han sido continuas y algunas se han instalado definitivamente en nuestras vidas.

Y llegó Clara…

Cinco años después de aquella nit del foc del 91, vivimos otra noche gloriosa. La que más. Valencia estaba a punto de arder por los cuatro costados mientras yo despertaba de un sueño anestésico convertida en una mujer adulta. Tú también creciste mucho aquella noche de marzo.
Ella llegó. Ni la buscamos ni no la buscamos, simplemente nos dejamos llevar por los acontecimientos, como siempre hemos hecho. Nuestros veranos siempre han sido muy fructíferos y no te doy más detalles. Recuerdo los nervios de la espera mientras el predictor se manchaba de rosa, y a mi padre, que aquella noche durmió con el tubito para pasar la primera noche con su futura nieta. El embarazo pasó como un suspiro, con mis náuseas, mis llantos y mi mal humor. No supimos lo que deseábamos a aquel ser que anidaba en mi vientre hasta que no percibimos la posibilidad de perderla en un paraíso de l’Ampurdà. Tuvimos nueve meses para acostumbrarnos a esa nueva palabra que incorporábamos a nuestro diccionario de pareja: familia.
La primera noche que pasamos los tres juntos en el hospital te la pasaste sacando a la nena del cajón para escuchar si respiraba. Yo, atontada aún por la anestesia, sólo me interesaba por saber si tenía cinco dedos. Clarita se portó muy bien, hasta que tuvo hambre, y qué hambre pasó la pobre, porque yo, inmóvil a causa de la cesárea no podía acercarle el pecho. Pero aprendió pronto la condenada, y a base de chupetones me cerró las heridas en los pezones. Cuando la amamantaba me sentía inmensamente feliz en mi nuevo papel de hembra mamífera. Tú nos mirabas con envidia. Desde el principio le contabas cuentos mientras la dormías, por si acaso te entendía, aunque ella sólo conseguía dormirse entre mis pechos después de mamar. Decías que no te quería, y mira ahora, que bebe los vientos por ti. La meua xiqueta és l’ama, del corral i del carrer, de la fulla de la parra i la flor del taronger…Esa y otras muchas canciones inventadas en el momento han quedado en el adn de nuestra hija. Fíjate si te hiciste un hombre en el regazo de tu hija que aprendiste a cambiar pañales sin vomitar y te dejabas mear la cara con una sonrisa en los labios.
Una noche, cuando ya había dejado de comerse la tierra de las macetas, echó a andar entre la mesita del salón y la puerta de nuestro dormitorio y supimos que se nos hacía mayor. Luego llegaron sus primeras palabras, en castellano y en valenciano, como la habíamos enseñado, y su lenguaje y su risa pusieron la banda sonora de nuestra vida. Aprendimos a cuidarla, a conocer hasta los mínimos detalles de su expresión, a identificar sus dolencias, su sueño. Un milagro.

Y ahora que tenemos a una adolescente instalada en un rincón del sofá, pegada permanentemente a un ordenador portátil y a un teléfono móvil, con la cara y la espalda llena de granos, herencia de su padre, echamos de menos el bebé de dos chupes y procuramos que no se nos escape de las manos.
Nos parecía que la parte más difícil ya la habíamos superado, pero estábamos bien equivocados. Estudia, cuelga el teléfono, dúchate, quítate los tacones, lávate esas manos de pordiosera que me llevas, recógete el pelo que se te vea esa cara, cómete la fruta, pon la mesa, recoge tu cuarto, haz la cama bien hecha, hasta las seis no se sale de casa, dile a tus amigos que respeten la hora de la siesta, quién es ése que te llama, no tienes edad de ir sola al centro comercial, a las diez en casa, en tu teléfono siempre salta el contestador, no me gustan esos amigos que tienes…
Se nos hace mayor y nos odiará, es ley de vida, y tendremos que aceptarlo con resignación, pero creo que el resultado final será bueno, ya verás. Juntos hemos hecho el mejor trabajo de nuestra vida, el más titánico, el más perfecto. Todo el amor que le hemos dado tiene que salirle algún día por todos los poros de su piel, cuando ya no esté granulada por la adolescencia.
Y entonces nos comprará una casa en Mallorca…

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