jueves, 12 de marzo de 2009

El chico de mi vida

Una vez escribí que tu cuerpo era una pampa desnuda entre mis dedos aunque yo aspiraba a escalar todas y cada una de tus cumbres. Nos tomamos nuestro tiempo. Las prisas nunca fueron buenas consejeras en los proyectos dilatados. Pensar en esa revolución biográfica nos daba vértigo y tardamos en pronunciar palabras que nos ataran a un compromiso, simplemente nos dejamos llevar por un río plácido de presunto noviazgo encubierto. Pero jamás fuimos novios. Fuimos colegas, amigos, amantes y “arrejuntaos” por este orden cronológico, pero nos prohibimos el uso de un vocabulario que incluyera plazos y futuro. En momentos de crisis diseccionábamos nuestra relación sin nombre y distribuíamos ventajas e inconvenientes en los platillos de una balanza imaginaria que hacía las funciones de juez. Siempre se inclinó del mismo lado, aunque quién sabe si alguno de los dos trucaba el peso.
Ese río que nos llevó de Barcelona a Alicante tiene las riberas repletas de memoria. Vestigios de amor y vida que dejamos al pasar, con acampadas fugaces, largas estancias, desembarcos breves o paradas técnicas. Todas están en mi pequeño cuaderno de bitácora.
Grover Washington Jr y dos cuerpos compartidos en un lecho compartido en una habitación compartida de un piso compartido. Lo siento, yo no quería, pero yo sí, no volverá a ocurrir, hasta la próxima vez.

Libre te quiero
como arroyo que brinca de peña en peña,
pero no mía.
Pero no mía
ni de Dios ni de nadie
ni tuya siquiera.

Y es verdad que durante mucho tiempo no quisiste que fuera tuya, pero sobre todo de nadie. Ni siquiera mía.
Eran los tiempos de Cerdanyola del Vallés, tu piso y el mío. Tiempos de Quijote, de Concha, de Seté Cel, de Pepe y Sergio, de birras, billares, de paraísos artificiales a cinco talegos, de investigaciones sociológicas de mercadillo. De inviernos nevados, pijamas bajo la ropa, tuberías reventadas, menús intensivos de sardinas en tomate, de coladas en el metro, de pasarse de estación. Tiempos de viajes astrales por carreteras nocturnas, de madrugadas de lluvia y taxistas desesperados por descargar el “paquete” sin riesgo para su salud y su bolsillo. Noches ejerciendo de Penélope, haciendo y deshaciendo el ovillo de una candidatura a suspenso a causa de una decisión ácida que te llevó a ti a Rubí y a mí a un dormitorio-celda con la llave en tu bolsillo.

Todas los bares, todos los cielos, todas las olas

Luego vino Barcelona, Poble Sec, carrer Margarit, Paralelo de putas y trasvestidos, de chulos y “costeretes”. Bodegas con olor a vermut rancio y patatas bravas. Un dormitorio hecho a medida, un colchón sin derecho a crecer. Popof, Plaza Real, Carma, Pako Punko desfilando por la Rambla, cruzando el Raval de madrugada con parada técnica en la esquina de Conde de Asalto para “asaltar” los croissants del horno madre de colgados y meretrices. Hostales de mediopelo en Urquinaona, con una botella de cava recalentándose mientras esperábamos que llegara un día como hoy años atrás.

Después llegó Horta, Marquesa Caldas de Montbui, y un hombre en casa. Habitación compartida, conciertos en “barricadas”, ska, Elton Jhon apropiándose del presupuesto del mes y zapatillas voladoras como armas de destrucción masiva. Gracia, la Plaza del Sol, el Mail, el KGB, con su cubos de agua regalo de la vecindad, y las largas caminatas de madrugada de punta a punta de la ciudad condal. Y Juan Antonio, que desertó de la vida en una carretera mientras Klaus Kinkel aprendía que las lágrimas provocan cortocircuitos en el corazón. Y tú y yo, esquivando la muerte en camas prestadas.
En Consell de Cent, estuvimos a punto de tocar del cielo, y no sólo metafóricamente. Cinco pisos y principal. Pasillo comunitario y retrete individual. Un palacio donde habitaba el amor. Hacía casi cuatro años que éramos amantes y aún no nos habíamos convertido en novios. Nuestro dormitorio improvisado, colchón de gomaespuma sobre tablón aglomerado, arabescos de satén amarillo para disfrazar el falso techo, cómoda de mimbre estilo contenedor de la esquina con baño de titanlux negro, se convirtió en un almacén de horas muertas para amores muy vivos. La cocina, amenizada por unas cortinas caseras de cuadros rojos y blancos, fue la aplicación más práctica que le he dado a todas aquellas siestas veraniegas en las que mi madre se empeñó en que tenía que aprender a coser y bordar. Laboratorio de cocina prêt à porter. Y el salón, con una mesa camilla destartalada por los embates de un cartero insistente, con un sofá de terciopelo ámbar que rescatamos del desguace, una televisión en blanco y negro, por dentro y por fuera, en la que invertimos siete mil pesetas, y un equipo de música ante el que nos pasábamos las horas mirando las luces rojas y verdes del ecualizador. Nuestra casa, doce mil pesetas en un ático del Ensanche barcelonés, a un tiro de piedra de la Sagrada Familia

y de la plaza de Glorias, se convirtió en el centro de todo nuestro universo, y del de nuestros amigos. Desde entonces, los lugares en los que vivimos siempre han sido punto de reunión. Somos habitables, confortables, amables…

1 comentario:

  1. Sin duda se huele, se escucha, se palpa... el sentimiento que te empujó a escribir estas palabras.
    Un saludo,
    Ali.

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